Unión. Amelia Rodríguez con sus hijos Elena Jacqueline, Christelle y Antonio Emmanuel, en un día normal en la familia, al interior del Mercado Gómez Palacio. Niñez. María Guadalupe Alvarado Zúñiga recuerda que su hijo, cuando era pequeño, durmió en una caja cobijado con cartón.
Una caja de mercancía ha sido la mejor cama y el cartón la cobija más calientita para soportar el frío de Nochebuena. Así es la infancia de los niños del Mercado Gómez Palacio.
Sus madres trabajan siete días a la semana para brindarles aquello que ellas no tuvieron cuando eran pequeñas.
Lo más difícil es cuando los pequeñines se enferman o quieren ir de paseo; no queda tiempo para ir al parque, en ocasiones, ni siquiera para acompañarlos al médico.
La felicidad de las mujeres es tan grande que hace valer los sacrificios cada vez que tienen a sus hijos en sus brazos; cada día es perfecto para compartir el desayuno o la cena, mientras los visitantes se fijan en los productos.
MEMORIAS
"Me va a hacer llorar (...) no ha sido fácil porque el trabajo es esclavizante, no hay muchas salidas, a veces quedamos de ir a pasear, y no podemos", compartió con los ojos vidriosos María Guadalupe Alvarado Zúñiga, quien ha trabajado toda su vida en el local que le heredaron sus padres en el Mercado Gómez Palacio.
Su hijo tiene 13 años, va a la escuela por la tarde y en la mañana está con su mamá en el puesto de recuerdos regionales, "a veces se aburre, todos sus amigos de la escuela tienen otras actividades, salen más con sus padres".
Llueva, truene o relampaguee, Guadalupe trabaja, de 09:00 a 21:00 horas. Con su hijo y esposo desayuna, come y cena, "sólo vamos a dormir a la casa". No hay día de descanso, ni empleado que la supla para pasar más tiempo en otro lugar con el adolescente.
Guadalupe recordó uno de los momentos más significativos de su familia: eran las 03:00 horas cuando ella y su esposo comenzaron a pintar y limpiar el lugar; su pequeño temblaba de frío, era tan pequeño que durmió en una caja y lo cobijaron con cartón, "me estaba acordando ahorita", dijo a la vez que acomodaba los artículos portadores de alacranes.
Pese a todo, "es bonito, es mi vida, no lo cambiaría"; el mercado ha sido la casa de su familia. Ella es enfermera, y como muchas otras profesionistas prefiere continuar con el legado familiar.
La señora Guadalupe recordó que antes había un patio donde los niños jugaban; ahí se construyeron los baños. Los chicos pasan buen tiempo en las "maquinitas".
TRADICIÓN FAMILIAR
Una fotografía refleja la unión y el cariño entre la familia de Amelia Rodríguez.
Eran las diez de la mañana cuando comenzó a acomodar la mercancía de
La Talabartería Toño, donde ha laborado por 15 años, escuela, cama, comedor y centro de diversión de sus tres hijos.
Elena Jacqueline, Antonio Emmanuel y la pequeña Christelle han crecido en los pasillos del Mercado Gómez Palacio.
Cualquier hueco es suficiente para sacar el cuaderno y hacer la tarea.
"No ha sido tan difícil porque tengo a mis niños conmigo, las mamás siempre batallan porque no tienen quien se los cuide, yo no", recalcó Amelia.
Cuando Antonio era pequeño se distinguía por ser delgadito, tanto, que cuando soplaba fuerte el viento lo tumbaba.
Era tan inquieto y se salía de la andadera, a sus nueve meses ya caminaba.
El puesto se cierra pocas veces al año; todas las navidades han comenzado ahí, entre los artículos de piel.
Es uno de los días con mejores ventas, imposible cerrar. Cuando bajan la cortina, el matrimonio visita a sus familias para cenar los típicos tamales.
Cuando los niños se enferman Amelia hace de todo para poder ir al médico; su jornada de trabajo concluye a las 20:00 horas.
En algunas ocasiones ha recurrido a sus familiares o empleados para que lleven al enfermo al médico, "él ya me conoce, le hablo y le digo que le voy a mandar a uno de mis hijos".
Su suegra ha visto crecer muchas generaciones; todos sus nietos se han criado entre el comercio, ha estado ahí desde que nació. Tiene 68 años, y aún elabora piñatas.
Aunque para ambas madres hay días tristes y difíciles, nada haría que cambie su estilo de vida. Cuentan con un trabajo seguro para mandar a los niños a la escuela, vestirlos, alimentarlos y consentirlos con aquellos detalles. La convivencia no es problema para ellas.