Jóvenes Columnistas

Malos presagios

Emmanuel Iraem Gonzalez Medina

Toca a nuestras puertas uno de los mayores desastres ecológicos de la historia. El pasado 20 de abril una explosión destruyó la torre petrolera DeepWater Horizon, ubicada a unos 80 kilómetros al sur de Louisiana. Desde entonces millones de litros de petróleo se han vertido al mar, y los intentos de la compañía que gestionaba la torre, BP (British Petroleum), de frenar la fuga han sido inútiles. El pozo en cuestión, que operaba a una gran profundidad y bajo condiciones de operación altamente riesgosas, es solo el botón de muestra de una tendencia generalizada de la industria petrolera. Los pozos dentro de territorios anglosajones, situados en tierra firme, de fácil acceso y administración barata se han terminado. En Estados Unidos solo quedaron algunas reservas en áreas remotas y difícil acceso, como Alaska, el Ártico, zonas del Atlántico y las aguas profundas del Golfo de México, que, además, poseen petróleo de menor calidad que el superficial y requieren de nuevos y más caros procesos de refinación. Dicha situación ha reducido enormemente el campo de acción de las petroleras privadas, que tanto han contribuido a la riqueza y poder de los EU. Los yacimientos más prometedores se encuentran en Oriente Medio, Venezuela y Rusia, bajo el control de empresas estatales que muy difícilmente cederán terreno a las trasnacionales anglosajonas. Ello las ha obligado a volver la mirada a sus países de origen, actitud fomentada por la practica del gobierno de Obama de dar concesiones irregulares saltándose todas las reglamentaciones ambientales, tan frecuente en la administración Bush (apenas tres semanas antes de la explosión, Obama autorizó perforaciones marítimas en Alaska y el Atlántico). Pero no solo el prestigio y la capacidad bélica de EU dependen del petróleo: el american way of life es inconcebible sin el. La miríada de aparatos en que cifran la realización de sus vidas una gran parte de la población estadounidense solo existe en virtud de un flujo constante y en aumento de petróleo y gas baratos. ¿Qué pasaría si estos recursos llegaran a menguar? En las décadas pasadas, sociólogos de diversas escuelas se abocaron al estudio de la vida cotidiana. Una de las conclusiones a que llegaron fue que ésta es un supuesto sólido e invariable, tan importante para la gente que es la perturbación de las rutinas habituales, tales como la simple posibilidad de adquirir alimentos o trasladarse, mas que un sentido de la injusticia derivado de la desposesión, la responsable de la acción violenta masiva. EU no es solo el país con el mayor déficit presupuestario, sino también adicto a una sustancia con una oferta cada vez menor que, por si fuera poco, le es ferozmente disputada por potencias emergentes como China o India. Las discusiones sobre cuando se alcanzara el pico de producción petrolera, si bien ilustrativas, resultan secundarias. El hecho fundamental es que el motor de la decadente superpotencia americana funciona con hidrocarburos, y que solo mediante una colosal e improbable acción política se lograría su conversión a fuentes de energía renovables, antes de que los efectos de la escasez se dejen sentir. La pusilanimidad de los políticos de Washington, empero, impide abrigar esta esperanza. Desde que el anterior líder cameral del Partido Republicano, Newton Leroy Gingrich, puso sobre la mesa de discusión una posible guerra civil en EU, la idea se ha vuelto menos descabellada. Si este escenario causa escepticismo, aun el ominoso panorama petrolero y la inoperancia del sistema político americano obligan a realizar preguntas pertinentes, sobre todo, por las trágicas consecuencias que estos desastres tendrán para la humanidad y nuestro país.

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