Todos los domingos asisto a la misa de San PedroApóstol en la colonia San Isidro con el padre Armando. Cuando me invitan a leer una de las lecturas siempre escojo La Segunda, porque a partir del Concilio Vaticano II se incluyó en La Primera varios párrafos del Antiguo Testamento que me desconciertan en los cuales se habla de un dios llamado Yahavé que se comporta vengativo y sanguinario, mientras que el Nuevo Testamento revela a un Dios reconciliador y misericordioso, que nos ofrece paz, esperanza y amor.
Sabemos que el pueblo judío fue predestinado para llevar el Evangelio a todos los pueblos, pero equivocó esa misión al grado de creer que su destino era y es convertirse en amo del mundo. La explicación podemos encontrarla en el insólito adoctrinamiento que dicho pueblo ha estado recibiendo durante 4, 000 años de existencia, desde Abraham. Sus cinco libros sagrados (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) condicionan de modo tan exclusivo sus pensamientos y sus sentimientos convirtiéndolo en un pueblo único en su género, distinto a todos los demás. Ningún otro pueblo ha recibido una educación igual, ni parecida. Mencionar esto nada tiene que ver con semitismo o antisemitismo. Es historia a la cual todos tenemos acceso.
Me desconcierta mucho el Antiguo Testamento, porque no encuentro en él a un Dios que hable de cosas espirituales, sino únicamente de amenazas, de dominio, de riquezas, de venganzas, de odios, de exterminios, de matanza y destrucción: “Era Abraham muy rico en ganados y en plata y oro”, (Génesis 13, Versículo 2). Y siendo Abraham ya tan rico, se le ofrecía todavía más, o sea, todas las tierras de los cuatro puntos cardinales. Era, prácticamente, el dominio del mundo conocido. Desde la más remota antigüedad el judío empezó a creer que Yahavé, su dios, le hablaba; que se le aparecía; que conversaba con él; que le pedía holocaustos y que le detallaba cómo deberían ser éstos. La creencia de que Yahavé les hablaba “cara a cara”, era particularmente impactante, pues iba condicionándoles ideas y sentimientos hacia todo el entorno no judío. Esto los haría entrar en grave enfrentamiento cuando llegó Jesús y les dijo: “Ni aMí me conocéis ni a mi Padre; si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre”. (Evangelio San Juan 8, Versículo 19). Evidentemente aquellas voces que malinterpretaron los judíos no provenían del Dios Padre al que se refirió siempre Cristo Jesús.
La verdad es que Nuestro Señor Jesucristo nunca mencionó que Yahavé fuera su Padre. Desconcertante es también el Libro del Génesis cuando se refiere a otras voces en que Yahavé mantenía conversaciones con Abraham, ordenándole que sólo hubiera boda entre judíos y judías: “No podemos hacer eso de dar nuestra hermana a un incircunciso, porque eso sería para nosotros una afrenta”. (Génesis 34, Versículo 14). Cristo no avaló ese racismo, pues reconoció a todos, incluso a los gentiles (los no judíos), como hijos de Dios Padre: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. (Evangelio San Mateo 22, "que imputa a los cristianos, (en lugar de englobar a toda la humanidad), la responsabilidad más grave en el suplicio de Jesús, aclarando que los judíos no son responsables de su muerte". De esa manera se sentaron las bases en el Concilio Vaticano II para que el Vaticano estigmatice como "antisemitismo" cualquier cosa que al judaísmo no le parezca. Sabemos que Jesucristo murió para redimirnos a todos del pecado, pero la verdad es que los judíos fueron los instigadores y los romanos los ejecutores. ¿Por qué cambiamos las cosas según nuestras conveniencias, a pesar de que se nos pide a los cristianos ser siempre portadores de la verdad?
Si preguntáramos a varios sacerdotes católicos su opinión acerca de este tema tan controvertido, con toda seguridad la mayoría de ellos respondería de inmediato: "que su fe no la basan en la persona de Yahavé que aparece en el Antiguo Testamento, sino en Jesucristo -Señor de la vida y de la historia, en su Padre, y en el Espíritu Santo, que forman la Trinidad en un solo Dios verdadero". De ser así, sería bueno que la Iglesia Católica nos aclarara con franqueza y humildad, si todo lo que se lee en el Antiguo Testamento es o no Palabra de Dios.