Una "nueva" manera de pensar está proliferando entre muchas mujeres jóvenes que tienen poco tiempo de casadas. A diferencia de sus madres y abuelas, ellas "no están dispuestas a sacrificarse y tolerar en su matrimonio todo aquello que les molesta de su esposo". Intentan "terminar con su matrimonio lo antes posible", "no quieren que transcurra un año más en las mismas circunstancias", "les urge la libertad", "quieren ser felices", "desean respirar aire fresco". Acumulan en sus recuerdos -con mucha facilidad, los enojos, las quejas, las diferencias de pensamiento y los insultos que tuvieron con su marido, para tomar finalmente la determinación de divorciarse.
A mí me parece muy extraño que esas mujeres hayan seleccionado tiempo atrás al que en estos momentos es su marido de entre miles de personas que conocieron en su juventud, y sin embargo, ahora no quieren saber absolutamente nada de él, siendo la única persona con la que no desean vivir. ¡Qué situación tan contradictoria! ¡Qué pronto se cansaron uno del otro! ¡Con cuánta rapidez han dejado de ver cualidades en su cónyuge, y ahora sólo ven defectos! El amor se tornó en odio y la paciencia en desesperanza, y ante esa situación que se está presentando, acuden al divorcio como única solución.
La verdad es que para muchas parejas, la solución no es el divorcio. La solución se encuentra en ellas mismas y en su posibilidad de cambiar. Las heridas del divorcio -si llega a presentarse, quedarán abiertas durante casi toda la vida. Y las personas al contraer nuevas nupcias, si no cambian su forma de ser, llevarán los mismos conflictos a su nuevo compañero o compañera. Muchas personas se divorciaron al estar convencidas de que "su problema" era su antiguo cónyuge, y repentinamente se dan cuenta que los mismos problemas los tienen ahora en su segundo matrimonio. Reconocen estar cometiendo los mismos errores que las hicieron infelices y que no fueron capaces de suprimir. Las estadísticas dicen que el 60 por ciento de los segundos matrimonios también terminan en divorcio.
Diariamente los casados tenemos que hacer un esfuerzo muy grande para conducir nuestra nave por aguas tranquilas donde no vaya a naufragar. Tenemos qué ceder, perdonar, escuchar, intercambiar ideas y no hacer caso de personas maliciosas que lo único que desean es destruir nuestro matrimonio. Si no hacemos ese esfuerzo con la convicción de fortalecer nuestra unión sacramental, muy pronto habremos de fracasar. La mayoría de los problemas que se nos presentan tienen solución, lo único que falta es tener la intención de resolverlos con la ayuda de Dios y en pareja.
El matrimonio es como un árbol que debemos regar y fertilizar con frecuencia para que siga creciendo, tenga frutos y no muera. Ese líquido y ese fertilizante lo tenemos a nuestro alcance con palabras y actos que enriquecen nuestro matrimonio para evitar el divorcio. Se necesita diariamente una ración de amor, comprensión, paciencia, sabiduría, capacidad de perdón, esperanza, fe en Dios, fuerza, coraje, oración... y una pizca de suerte.
Muchas personas han comenzado a darse cuenta de cuán demoledor es el divorcio -emocional, económica y espiritualmente- para la pareja, sus hijos y los familiares que se encuentren cerca. En la búsqueda de la razón, las personas casadas, por lo general, culpan a sus cónyuges de todo lo malo que les sucede. Es fácil achacar a otra persona la infelicidad que sienten, pero la verdad es que los hábitos que los dos han desarrollado, contribuyeron a crear un matrimonio aparentemente imposible de sobrellevar.
Muchas personas finiquitan su relación matrimonial con la esperanza de que se terminen las peleas. El divorcio en realidad ofrece un respiro temporal con respecto a las tensiones y los insultos mutuos, pero cuando hay hijos de por medio, las discusiones maritales no terminan con el acta de divorcio. Cada vez se observa más a los divorciados estar intercambiando a los hijos para sacarlos a pasear los fines de semana, a pesar de que los pequeños quisieran volver a ver a sus padres unidos, diciéndose palabras bonitas y enamorados como la primera vez. Si usted tiene hijos y está pensando en divorciarse, recuerde que su cónyuge siempre será el padre o la madre de esos hijos, independientemente de lo que usted diga, haga, o deje de hacer en el futuro. Se divorcie o no, usted continuará en contacto -por un motivo u otro- con su pareja durante el resto de su vida.
Algunos cónyuges prefieren permanecer largo tiempo tristes, deprimidos y en silencio, frente a su pareja, en lugar de modificar su conducta y estar dispuestos a una reconciliación para sacar a flote su matrimonio. Prefieren decir "que prefieren su libertad, a continuar sufriendo un día más", pero no saben que esa depresión será recurrente y que ya divorciados se la volverán a encontrar a la vuelta de la esquina. Los cónyuges que han salvado su matrimonio modificando su conducta personal, con el paso del tiempo se dan cuenta que valió la pena ese esfuerzo, porque era mucho lo que estuvieron a punto de perder. Es doloroso observar a matrimonios con treinta o cuarenta años de casados, que tienen planeado divorciarse. Y digo doloroso, porque no se han dado cuenta que es el tiempo preciso en que más les urge permanecer unidos; unidos para conducir por buen camino a sus hijos y bendecir a los nietos; unidos para protegerse mutuamente de las personas que intenten hacerles daño; unidos para hacerle frente a las enfermedades graves, que por la edad que ahora tienen, no tardarán en presentarse.
Un gran número de personas, a pesar de estar casadas, llevan una doble vida. No se conforman con una pareja, desean experimentar y vivir la aventura de conocer otra para sentir la emoción de lo prohibido. Con ello le están dando el tiro de gracia a su matrimonio olvidándose de los principios morales básicos que recibieron en su juventud. Debemos hacer todo lo posible para ser felices con la persona que seleccionamos en un principio y con la cual estamos atados por un sacramento. Si modificamos para bien nuestra manera de comportarnos en el presente, podemos también cambiar nuestro destino en el futuro.
Que no se pierda la capacidad de amar, ese gran privilegio que Dios nos ha dado. El amor transforma todo, incluso la violencia y la desesperanza. Pobre concepto tiene del matrimonio -que es un sacramento, un ideal y una vocación-, el que piensa que el amor se acaba cuando empiezan las penas y los contratiempos que la vida lleva siempre consigo. A partir de hoy, Señor, te pedimos ser escuchados en oración antes de que las cosas malas sucedan.
El matrimonio y los valores fundamentales que le rodean están siendo atacados con dureza -posiblemente como nunca antes había sucedido. Ideas equivocadas y una gran confusión reinan en la mente de muchas personas. Se ha perdido el rumbo y no sabemos cómo enfrentar lo que pudiera llegar a presentarse. Tomando en cuenta que la salud moral de los pueblos está ligada al buen estado del matrimonio, en estos momentos difíciles, inexplicables y muchas veces dolorosos, lo más importante es... proteger la familia.
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