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LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO

JACOBO ZARZAR GIDI

Al final de los tiempos, el mundo verá “al Hijo del hombre venir sobre una nube con gran poder ymajestad” (Lucas 21, 27.) para juzgar a vivos y muertos en un juicio universal, antes de que lleguen “los cielos nuevos y la tierra nueva donde mora toda justicia” (Segunda Epístola de San Pedro 3, 13.)

Vendrá Jesucristo como el Redentor del mundo, como Rey, Juez y Señor de todo el Universo. Y sorprenderá a los hombres ocupados en sus asuntos y en sus negocios, sin advertir la inminencia de su llegada: “Como el relámpago sale del Oriente y brilla hasta el Occidente, así será la venida del Hijo del hombre”. (Mateo 24, 27.)

Se reunirán a su alrededor buenos y malos, vivos y difuntos: Todos los hombres se dirigirán irresistiblemente hacia Cristo triunfante, atraídos los unos por el amor, forzados los otros por la justicia. Aparecerá en el cielo “la señal del Hijo del hombre” (Mateo 24, 30.): La Santa Cruz. Esa Cruz tantas veces despreciada, tantas abandonada, “escándalo para los judíos, necedad para los gentiles” (Primera de Corintios, 1, 23) que había sido considerada como algo sin sentido; esa Cruz aparecerá ante los ojos asombrados de los hombres como signo de salvación.

Jesucristo, con toda su gloria, se mostrará ante aquéllos que le negaron; ante los que, no contentos con esto, le persiguieron; ante los que vivieron ignorándole. También se mostrará a quienes le amaron con palabras y con obras: aquellos buenos cristianos que no se cansaron un solo momento de servirle. La humanidad entera se dará cuenta de que “Dios le ensalzó y le dio un nombre superior a todo nombre, a fin de que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el infierno, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor para la gloria de Dios Padre” (Epístola de San Pablo a los Filipenses 2, 9-11.)

Entonces daremos por bien empleados todos nuestros esfuerzos, todas aquellas obras que hicimos por Dios, aunque quizá nadie en este mundo se diera cuenta de ellas. Y sentiremos una gran alegría al ver esa Cruz, que procuramos buscar y defender a lo largo de nuestra vida, que quisimos poner en la cima de las actividades de los hombres. Y tendremos la alegría de haber colaborado como siervos fieles en el reinado de Jesucristo, que aparece ahora lleno de majestad en su gloria.

El Señor “enviará a sus ángeles que, con trompeta clamorosa, reunirán a sus elegidos desde los cuatro vientos, de un extremo al otro de los cielos” (Mateo 24, 31.) Allí estarán todos los hombres desde Adán. Y todos comprenderán con entera claridad el valor de la abnegación, del sacrificio, de la entrega a Dios y a los demás. En la segunda venida de Cristo -llamada también Parusía- se manifestará públicamente el honor y la gloria de los santos, porque muchos de ellos murieron ignorados, despreciados e incomprendidos, y en esos momentos serán glorificados a la vista de todos.

Muchos de ellos fueron perseguidos, torturados y posteriormente masacrados porque no quisieron negar a Jesucristo. Los propagadores de herejías recibirán el castigo que acumularon a lo largo de los siglos, cuando sus errores pasaban de generación en generación, siendo un obstáculo para que muchos encontraran el camino de salvación. Serán exhibidos los gobernantes de naciones poderosas, que utilizando “el nombre de Dios” y con la fuerza de las armas destruyeron pueblos enteros, matando inocentes para ampliar sus territorios y quedarse con sus recursos naturales.

De la misma manera, quienes llevaron la fe a las almas y encendieron a otros en el amor de Dios, recibirán el premio por el fruto que su labor produjo a lo largo de los tiempos. Verán los resultados que tuvieron cada una de sus oraciones, sacrificios, angustias, y desvelos. En esos momentos se darán cuenta que su apostolado no fue inútil al haber arrojado las redes como el Señor les enseñó. Se verá el verdadero valor de hombres tenidos por sabios -pero maestros del error- que muchas generaciones rodearon de alabanza y consideración, mientras que otros eran relegados al olvido, cuando debieron ser considerados y llenos de honor.

Éstos recibirán entonces la paga de sus trabajos que el mundo les negó. Se reconocerá la sencillez que tantas humillaciones y desprecios costó a los humildes, y se castigará la soberbia de los altivos que se sintieron engreídos por el poder y el dinero. Antes de la segunda venida gloriosa de Nuestro Señor, tendrá lugar el propio juicio particular, inmediatamente después de la muerte de cada quien. El máximo enigma de la vida humana es la muerte.

El hombre sufre con el dolor que producen las enfermedades y con la disolución progresiva de su cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. La Revelación nos enseña que la muerte es un paso, un trámite que se necesita cumplir para llegar a laVida Eterna. Y entre la vida aquí en la tierra y la Vida Eterna, tendrá lugar el juicio particular de cada uno, que hará Jesucristo mismo, donde cada uno será juzgado según sus obras. “Es forzoso que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba el pago debido a las buenas o malas acciones que habrá hecho mientras ha estado revestido de su cuerpo” (2 de Corintios 5, 10.)

Nada dejará de pasar por el Tribunal Divino: pensamientos pecaminosos que se consintieron y de los cuales no nos arrepentimos, injusticias cometidas contra los pobres y los desamparados, robos, destrucción de la naturaleza, asesinatos, abortos, ambiciones desmedidas, envidias, deseos inmorales, palabras sucias, adulterio, impurezas y pornografía. Cada acto humano adquirirá entonces su verdadera dimensión: la que tiene ante Dios, no la que tuvo ante los hombres. Jesucristo “sacará a plena luz lo que está en los escondrijos de las tinieblas y descubrirá en aquel día las intenciones de los corazones” (1ª de Corintios 4, 5.)

Se nos juzgará por las palabras que hayamos empleado bien, y también las que dijimos como instrumento de mentira. Y de nuestras obras, se nos juzgará por ellas según las Bienaventuranzas (Mateo 25, 35.) Brillará la compasión que sentimos por nuestros hermanos en Cristo cuando los vimos enfermos del cuerpo o del alma, y tendrán valor las lágrimas que vertimos cuando el dolor, la soledad, el abandono y la desesperación tocaron nuestra puerta.

También aparecerán de modo claro todas las oportunidades que tuvimos de hacer algo por los demás, y las dejamos pasar. Se nos recordará la pereza, la negligencia, la comodidad, el egoísmo, la vanidad, el odio, la indiferencia, la ausencia de amor con que nos comportamos, la falta de apostolado para con nuestros hermanos carentes de fe, y el no haber sembrado la semilla de la esperanza en todos aquéllos que por un motivo u otro la perdieron.

jacobozarzar@yahoo.com

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