Nosotros Las palabras tienen la palabra VIBREMOS POSITIVO Eventos

MAS ALLÁ DE LAS PALABRAS

LA FORTALEZA DE LOS ABUELOS

JACOBO ZARZAR GIDI

En el mes de julio del año 2003, asistimos a la primera convención de la familia Gidi. Nos reunimos una gran parte de los descendientes del abuelo Jorge Gidi Ijha que nació en la ciudad de Belén, Palestina (1875-1945) y de la abuela Sultane Hasbún Hanenia (1876-1962). En el siglo antepasado, cuando mi abuelo era joven, tenía un taller para fabricar rosarios y collares de madreperlas que vendía a los soldados rusos de religión ortodoxa que peregrinaban visitando los lugares santos de nuestra querida Palestina. La familia de mi abuela se dedicaba a transportar personas y mercancías en diligencias arrastradas por caballos, que partían de la ciudad de Belén, a Jerusalén -llamada también “Al-kúdus” por ser el sitio en el cual murió Nuestro Señor Jesucristo-; de Belén a Beit-Yala y de Belén a Beit-Sajur -pequeño pueblo donde vivían los pastores que anunciaron el nacimiento del Niño Jesús-. Habiendo quedado viudo, y siendo mi abuelo un hombre físicamente fuerte, llegó un día a pedir trabajo al negocio de los padres de mi abuela; así fue como ellos dos se conocieron y posteriormente contrajeron matrimonio. Debido a que en aquel entonces los turcos dominaban el Medio Oriente y eran bastante crueles con la población Palestina, mis abuelos, tomaron la importante determinación de emigrar a tierras de América. En ese entonces ya habían nacido mi tío Jacobo y mi madre. Las familias palestinas sentían un gran temor de que los turcos se llevaran a sus hijos en las levas para formar grandes ejércitos y continuar teniendo control en toda la región.

Cuando se supo en Belén que Don Jorge Gidi y su esposa viajarían a tierras de América, los Comandari que también eran de Belén, pidieron a mis abuelos que transportaran a su pequeña hija Isabel y que la entregaran a su esposo de apellido Talamás en San Pedro de las Colonias, Coah. Ellos dos habían contraído matrimonio el año anterior en Belén, pero no vivieron juntos porque Isabel era todavía demasiado joven y el esposo aprovechó ese tiempo para instalarse enMéxico en busca de mejores condiciones de vida. Platican que la pequeña permaneció llorando durante varios días porque extrañaba mucho a sus padres y que ya en alta mar se distrajo un poco jugando con sus muñecas. Mi abuela Sultane la consoló en varias ocasiones para que no estuviese triste y la escondió más de una vez entre velos, túnicas y chalinas, ya que por ser muy bonita, se le quedaban viendo losmarineros que trabajaban en el barco. Esta jovencita, debido a la Revolución Mexicana, se trasladó a vivir a la ciudad de Chihuahua con su esposo de nombre Félix Talamás y educó cristianamente a todos sus hijos. Entre ellos se encuentra el que fuera Obispo Emérito de Cd. Juárez, Monseñor Manuel Talamás Comandari -que en paz descanse, y la señora Dolores Talamás de Bichara, madre demi esposa, que vive actualmente en Monterrey, N.L. En aquel entonces, mis abuelos no se imaginaron que un nieto suyo se emparentaría con una descendiente de aquella joven desconocida que trajeron de Tierra Santa.

La travesía que hicieron mis abuelos, no fue sencilla. Los acompañaron el tío Jacobo, mi madre, y una hermana de mi abuela que era mayor que ella y que nunca contrajo matrimonio. Viajaron durante cuarenta y cinco días en un barco que partió del puerto de Haifa en Palestina, se dirigieron a Marsella en Francia, Santander en España, y finalmente desembarcaron en el puerto de Veracruz en México. Durante el trayecto, se encontraron con varios paisanos que tenían el mismo destino, les dio mucho gusto escucharles hablar el idioma árabe y que tuvieran las mismas costumbres. Después de muchos problemas para hacerse entender, pasaron migración, y al día siguiente abordaron un tren que los condujo a tierras norteñas. El calendario marcaba el día 15 de enero de 1907 cuando mis abuelos llegaron cansados y llenos de polvo a lo que más adelante sería la ciudad de Torreón.

De inmediato les llamó la atención y les atemorizó ver en las calles a muchas personas a caballo y a pie que portaban sombrero de paja, rifle y pistola. Debido a que mi abuelo no podía permanecer ocioso, pues tenía muchas bocas que alimentar, rentó un local comercial por la avenida Hidalgo que se encontraba localizado en el mismo sitio donde más adelante se instaló la famosa Zapatería Tueme que llegó a ser una de las más importantes de la República Mexicana.

Los paisanos respetaban y buscaban con frecuencia a mi abuelo para consultarlo cuando tenían algún problema, y lo mismo hacían cuando existía alguna diferencia entre ellos. Mi abuela fue desde su juventud una mujer culta, aprovechaba todos los ratos disponibles que tenía para leer libros en idioma árabe, y ya cansada por la noche se quedaba dormida en su vieja silla de mimbre con la Biblia entre sus manos. Dedicaba varios minutos al día para rezar. Era mucho lo que tenía que pedir diariamente a su Virgen María (“Miriem el Ádra”) ya que todos sus hijos eran buenos y nobles, pero de carácter fuerte y a punto de hacer explosión en cualquier momento.

Recuerdo que ella tenía grabado un tatuaje religioso en la parte superior de sus manos y también en sus brazos. Además, una gran medalla de oro colgaba de su cuello. Cuando llegó la Revolución a Torreón (1910), una persona desconocida y mal intencionada le dijo a la gente de Pancho Villa que mi abuelo tenía escondidas varias monedas de oro en latas de cuatro hojas. De inmediato fueron a buscarlo, lo tomaron preso y amenazaron con fusilarlo. Angustiada mi abuela envió a dos de sus hijos varones -los de mayor edad- para que intercedieran por su padre, pero el encargado de ese atropello no hizo caso.

Cuando ya lo iban a fusilar -porque no podía entregar lo que no tenía- los forajidos escucharon disparos de los federales que provenían del cerro más cercano.

Esa confusión fue aprovechada por mi abuelo para escapar. Varios años después, en otras avanzadas de los revolucionarios, saquearon el comercio de mi abuelo y robaron todos sus ahorros. Lo único que pudo salvar fueron unas monedas de oro que don Emilio Abugarade había pedido que se las guardase.

Debido a todo lo acontecido, mis abuelos tomaron la determinación de irse a vivir a la ciudad de Eagle Pass en Texas. Abordaron el tren, y al llegar a Parras de la Fuente se quedó la máquina tres días descompuesta. Mi abuela buscó por todos lados quién le vendiera unas cuantas gallinas para dar de comer a su esposo y a sus hijos, pero nadie se las quiso vender. Fueron situaciones difíciles las que pasaron, y finalmente, después de varios días, cruzaron la frontera norte. En Eagle Pass se instalaron, y mi abuelo volvió a empezar desde cero en otro comercio de ropa. Fue allí donde nació mi querida tía Mague (1920). Y fue también en esa ciudad donde mis padres contrajeron matrimonio (17 de febrero de 1924). Ellos se habían conocido cuando mi madre vivía en Torreón. En el octavo año de su permanencia en esa ciudad norteamericana, una gran crecida del Río Bravo inunda su tienda y pierden otra vez todo lo que tenían. Al ver la desgracia que les había acontecido, mis abuelos no se dieron por vencidos y de inmediato regresaron a Torreón.

En el año de 1945 falleció el abuelo. A partir de ese momento, yo recuerdo a mi abuela con ropa negra que marcaba respetuoso y severo luto por su esposo todavía quince años después de haber fallecido, y por su querida hija Estrella, cuya trágica muerte dejara honda huella en toda la familia. Yo recuerdo a mi abuela con su cabello negro, liso, bien recogido y con el partido en medio. La recuerdo siempre bendiciendo en idioma extranjero a sus nietecitos, y al pendiente de todo lo que pudiera suceder a sus hijos.

La verdad es que nuestros abuelos no se han ido. Una pequeña parte de ellos la llevan ahora nuestros nietos en su alma y en su cuerpo. A diario descubrimos el carácter fuerte, la nobleza, el valor, la audacia y la terquedad del abuelo, así como también las angustias, la ternura, el amor y la espiritualidad de la abuela en alguno de nuestros nietos. Ellos no lo saben, porque todavía son muy pequeños, y empiezan a abrirse paso en la vida, pero más adelante se darán cuenta que una fuerza misteriosa les obliga a ser de tal o cual forma, y con toda seguridad esa fuerza proviene del pasado.

Los árboles frondosos han entregado abundantes frutos, y en estos momentos se encuentran dormidos. Damos gracias al Señor de la Vida por las bendiciones recibidas a través de los años. Le damos gracias por su amor, su misericordia y su protección.

jacobozarzar@yahoo.com

Leer más de Nosotros

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Nosotros

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 520729

elsiglo.mx