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JACOBO ZARZAR GIDI

ALEGRÍA EN EL DOLOR

Manuel Lozano Garrido, al que le decían de cariño Lolo, fue un joven que nació en Linares (Jaén,España) en 1920. Alegre en su travesura infantil y más alegre aún en sus juegos de juventud cuando comenzó a abrirse paso por la vida, queriendo “devorar” apostólicamente el mundo. Se formó como apóstol en el centro de jóvenes de la Acción Católica de Linares por los años de la década de 1930.

Para él, la Acción Católica lo era todo. Allí aprendió a amar con locura a la Virgen Nuestra Señora. De ella escribirá bellísimas páginas llenas de ternura y filial amor como escritor y periodista.

A los 22 años, una parálisis progresiva le sentó en una silla de ruedas. Su inmovilidad fue total.

Los últimos nueve años quedó completamente ciego. Pero, Lolo fue un joven seglar, un cristiano que se tomó en serio el Evangelio, o como decía de élMartín Descalzo: “se dedicaba a ser cristiano, se dedicaba creer”. Tan en serio se tomaba el Evangelio, que un día el Hermano Robert de Taizé se acercó a su casa. Lo vio. Lo oyó hablar. Miró aquel cuerpecillo agarrotado. Tomó la pluma y escribió en la pantalla de la lámpara que alumbraba desde el rincón la mesa donde Lolo trabajaba: “Lolo, sacramento del dolor”.

Pero este joven de la A.C. que mantuvo la perenne alegría en su permanente sonrisa, “varón de dolores”, y sin embargo sembrador de alegría en los cientos de jóvenes y adultos que se acercaban a él en busca de consejo, tenía un secreto: En la Acción Católica curtió su fervor eucarístico que le marcó para toda la vida. Ahí quedan sus escritos sobre la fiesta de Corpus Christi o sobre el Jueves Santo o sobre el sacerdocio. Ya paralítico -desde el balcón de su casa situada justamente enfrente de las puertas de la parroquia de Santa María de Linares, donde él fue bautizado y donde ahora reposan sus restos mortales, hacía un alto en sus trabajos de escritor paralítico y decía: “Ahora -frente a frente con el Sagrario, voy a escribir con Él un parrafillo”.

En su adolescencia, durante la Guerra Civil Española, se convirtió en otro “Tarsicio”, transportando clandestinamente la Eucaristía. Y pasa en prisión la noche entera del Jueves Santo adorando al Señor Sacramentado, después de que alguien se lo llevó oculto en un ramo de flores. La Eucaristía marcó a Lolo hasta los tuétanos. ¡Qué bellamente lo describe Martín Descalzo: “Misa en casa de Manolo”!; porque Lolo, que había descubierto lo que la Eucaristía es para la Iglesia y lo que significa para la vida de cada cristiano, ya no podrá pasar sin tener cada día una “Mesa redonda con Dios”, porque la Eucaristía es para Lolo fortaleza en su debilidad y alegría en su dolor, fuente de su inquietud apostólica y manantial para su pluma.

Este joven, apostólicamente comprometido en época de hostilidad e incluso de persecución religiosa, recorre pueblos como propagandista de la Acción Católica; no duda en lanzarse a evangelizar desde la radio; se enamora de Cristo y le dice en su libro titulado “Las Golondrinas Nunca Saben la Hora”: “Un Préstamo: Déjame tu Corazón… no para el egoísmo de realizarlo todo fácil y sin esfuerzo, sino para hacer bueno ese deber que es amarte a tu medida”. Y en otra de sus obras llamada “Cartas Con la Señal de la Cruz”, comenta: “Este Lolo, inquieto y andariego, recibe la visita del dolor: Aparentemente el dolor cambió mi destino de modo radical. Dejé las aulas, colgué mi título, fui reducido a la soledad y el silencio. El periodista que quise ser no ingresó en la escuela; el pequeño apóstol que soñaba ser dejó de ir a los barrios; pero mi ideal y vocación los tengo ahora delante, con una plenitud que nunca pudieron soñar”. Este apóstol de la Acción Católica recibe de Dios “la vocación de enfermo”: “Mi profesión inválido”.

Y es tal su invalidez que día a día va perdiendo todos sus movimientos. Su cuerpo se convierte en un amasijo retorcido de huesos doloridos; pero nunca se queja ni habla de sí mismo. Sin embargo, cuando pierde el movimiento de la mano derecha, aprende a escribir con la izquierda. Cuando también la izquierda se paraliza, dicta a un magnetófono y así se convierte en escritor y periodista incansable desde su silla de ruedas. Cuando aún podía mover algo los dedos le regalaron una máquina de escribir. Lo primero que escribió en ella fue: “Señor, gracias. La primera palabra, tu nombre; que sea siempre la fuerza y el alma de esta máquina. Que tu luz y tu transparencia estén siempre en la mente y en el corazón de todos los que trabajen en ella, para que lo que se haga sea noble, limpio y esperanzador”. Y cuando recibe permiso para que en su “mesa redonda” se pueda celebrar la Misa, tuvo una corazonada: mandar traer a toda prisa la máquina de escribir para meterla debajo de la mesa, para que así el tronco de la Cruz se clave en el teclado y eche allí mismo sus raíces. ¡Las raíces! ¡Y cómo arraigaron en su vida y cuánto fruto dieron! Lolo “se hace” periodista y escritor. “Gano mi pan con el sudor de mi frente” -dice, cuando recibe uno de sus múltiples premios literarios. Escribe 9 libros de espiritualidad, diarios, ensayos, una novela autobiográfica, y cientos de artículos en la prensa nacional y provincial. En su vida fue calando el valor del dolor como aceptación en paz y gozo de los planes de Dios. Entonces su vida de cada día, su contacto con las gentes, se convierte en alegría contagiosa. A los pies de la gruta de Lourdes, Lolo -peregrinó enfermo, le dijo a la Señora: “Te ofrezco la alegría, la bendita alegría”. Y la Señora sembró y multiplicó en él la semilla de la alegría, del buen humor, que él transmitía a quien se acercaba a su sillón de ruedas. En Lolo creció una dimensión de su vida que fue “hacer que lo extraordinario -que eran aquellos grandísimos dolores de su enfermedad, parecieran ordinarios por la normalidad rutinaria con que vivía sus circunstancias terribles, como si fuera un hombre sano y fuerte”.

¡Era como un Job del Siglo XX! Su médico le decía: “eres el enfermo grave que goza de mejor salud”.

Su vida se apagó el día tres de noviembre de 1971. Siempre tuvo un corazón que no le cabía en el pecho. Doce años antes Lolo había escrito en su libro titulado “Dios Habla Todos los Días”: “Hoy el día sabe a andén de ferrocarril, cuando llega en tren y se baja el amigo a quien hace mucho tiempo no veíamos. Ya tú estás aquí, sentado junto ami sillón, y yo te echo el brazo efusivamente por los hombros…”.

Había llegado el momento del abrazo efusivo con Dios a quien había amado y a quien, crucificado con su cruz de prolongada y dura enfermedad, él se había ofrecido como amigo. 

Quienes le conocieron en vida, recogieron su herencia. Han reeditado todas sus obras escritas; han constituido una asociación canónica que promueve su canonización. Habiendo conocido su sencillez franciscana, quizá él ahora desde el cielo mire y se sonría con humor.

Manolo, seglar, joven de la Acción Católica, periodista y escritor cristiano, inválido total y ciego, de profundo espíritu eucarístico y mariano, hijo amante de la Iglesia, alegre en el dolor, apóstol y consejero. ¡Ésa es su tarjeta de presentación! ¿Podrá subir a "la gloria de Bernini" por una rampa con una silla de ruedas?

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