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PRIMERA COMUNIÓN DE MI NIETO

JACOBO ZARZAR GIDI

La vida ha sido generosa conmigo. Tengo once nietos que encienden mi alma cada vez que los veo. No me canso de dar gracias a Dios por habérmelos regalado. Ocho de ellos viven con sus padres en otras ciudades de la República. Por supuesto que los extraño mucho. Me hubiera gustado que mis hijas al casarse vivieran en la misma cuadra donde se encuentra mi hogar. ¡Pero así es la vida! Los hijos son comolas aves que al emprender el vuelo, no sabemos a dónde van a parar. Lo importante es que mis hijas sean felices con su esposo y eduquen cristianamente a todos mis nietos.

Cada vez que llegan a visitarme -unos de La Piedad, otros de Tampico, y tres más de Torreón, me abrazan y me dicen que me quieren, y yo les contesto lo mismo. Para mí, ellos son como la sangre nueva que mi cuerpo necesita, son destellos de alegría que en mis tardes de tristeza e inquietud me reaniman, son el motivo y la razón por la cual no me siento cansado.Al llegar, después de varios meses de no verlos, miran y revisan mi casa como si fuera la primera vez que la visitan y corren presurosos al cuarto del sótano donde conservo los juguetes, aquéllos con los que jugaron sus padres, hace ya muchísimos años, cuando todavía eran niños. Un día, al estarse ellos divirtiendo, cuando toqué la puerta de su cuarto donde los habíamos alojado, mi nieta Ivonne -que tenía en ese entonces tan sólo cinco años de edad, me dijo: “Abuelo, no te podemos abrir porque tenemos un gran tiradero”. Ellos sabían que me molesta el desorden y que cuando lo veo, me pongo yo mismo a recoger lo tirado.

Cuando mi nieto Carlos tenía sólo tres años de edad, cada vez que iba al colegio le pedía a su mamá que lo peinara y le pusiera loción de caballero. Con toda seguridad estaba quedando bien con alguna de las niñas que estudiaban en su mismo salón.

Cuando lo vi, en esa ocasión, me dijo que quería matar un lobo. Lo miré tan convencido, que le dije: “No hijo, los lobos no son malos, los que son malos son los que los matan; debemos protegerlos para que la gente no les haga daño. Se quedó pensativo, y luego me contestó: “No abuelo, ese lobo que yo quiero matar, es muy malo”. En ese momento comprendí que mi nieto tenía grabada en sumente -por demás inocente, la imagen del lobo feroz que aparece en los cuentos de “Caperucita Roja”.

Son cientos las anécdotas que conservo en mi corazón de cada uno de mis nietos: de Ivonne, de Carlos, de Giselle, de Lisset, de Gina, de Carlos, de Linda, de Gerardo, de Patricio, de Antonio y de Alexander. Todos ellos son diferentes y especiales para mí. Cada uno es mi consentido, y quisiera que Dios y la vida me dieran la oportunidad de verlos crecer. Mis abuelos tuvieron la gran suerte de haber nacido pobres, y gracias a ello, supieron inculcar en su descendencia, el amor a Dios, a la familia, a la superación y al trabajo. Nosotros somos una familia de comerciantes. Mi abuelo paterno fabricaba rosarios.

Los vendía en la calle afuera de la Iglesia de la Natividad en Belén y en la Vía Dolorosa de Jerusalén a los turistas rusos que visitaban Tierra Santa en el siglo antepasado. Mi padre fue de los primeros comerciantes que hubo en Torreón en el año de 1907.

Con su ejemplo y tesón aprendí a trabajar en la misma profesión desde el año 1965. Mis hijos conocen perfectamente el oficio y ahora entreno a mis nietos para que lo hagan lo mejor posible. El domingo antepasado, llevé a mi nieto Gerardo de siete años de edad a la tienda para enseñarle los secretos de la compra y de la venta, y antes de cerrar las cortinas le pregunté ¿qué era lo que había aprendido? Me contestó lo siguiente: “A los clientes abuelo, debemos atenderlos con amabilidad, y cuando se retiren, en silencio, debemos dar gracias a Dios”. Mi pequeño nieto Antonio de tan sólo dos años y medio, observando a sus papás cómo trabajan en su tienda de Tampico, hace unos días les dijo a unas personas que caminaban por la banqueta: “Pásenle, pásenle”.

Mi nieto Carlos, de La Piedad, Michoacán, ha hecho su Primera Comunión, y por lo tanto mis palabras van en estos momentos dirigidas a él: -Ahora que has recibido a Nuestro Señor, intenta conservarlo en tu corazón el mayor tiempo posible, porque se trata de un tesoro invaluable. Y si un día pierdes su presencia, no dudes un solo momento en recobrarla. -En tu vida futura, cuando tengas una duda de cuál decisión tomar, pregúntate a ti mismo: ¿Qué haría Cristo en tu lugar? -Haz de la espiritualidad tu mejor amiga para que te ayude a soportar las tribulaciones de la vida. -Supérate, pero siempre permanece humilde, porque la soberbia destruye al hombre. -Enfrenta la vida con entereza, a sabiendas de que no todo habrá de salirte bien, pero levántate una y otra vez después de haberte caído. -Más adelante, busca y encuentra la misión que el Señor te tiene reservada, y sé dócil porque no todos la descubren a tiempo.

-Toma siempre en cuenta a tu prójimo y reflexiona que no todos han tenido ni tendrán las mismas oportunidades en la vida. -Cuando crezcas, apoya e impulsa la educación, para que nuestro México llegue a ser la nación que todos esperamos.

-Toma en cuenta que en la vida, tú no conseguirás lo que crees merecer, sino lo que negocies. -Cada vez que puedas, siembra fe, dispersa valores y cosecha esperanza para todos aquéllos que la han perdido.

-Consuela a los que sufren y aprende a escuchar a los que nadie escucha.

-Procura ser cada día mejor como persona para que se cristalicen tus ilusiones, tus proyectos y tus sueños. -Como estudiante, cuando tengas que seleccionar un camino, no escojas el más sencillo, porque en épocas pasadas, los que así lo hicieron, al crecer sus vidas fracasaron.

-Vivir no es fácil, vete acostumbrando a ello. -Los éxitos llegarán a ti hasta que con tu propio esfuerzo consigas lo que anhelas. -De tus errores aprende y no culpes a los demás por haberlos cometido.

-Recuerda que los valores se enseñan en la casa y se refuerzan en la escuela. La educación se aprende en la escuela y se refuerza en la casa.

-Mantente alerta, porque todo lo que va en contra de la naturaleza, es un desprecio a Dios.

-Dale gracias al Señor por la vida y sé siempre un hijo digno de Él.

Mi bendición de abuelo va para todos y cada uno de mis nietos. Mis oraciones diarias se dirigen al cielo en busca de su protección. ¡Que el amor de Dios inunde sus corazones, los aleje de la violencia y los proteja de todo mal!

jacobozarzar@yahoo.com

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