Algunas veces nos enamoramos tanto de la vida terrena, a pesar de los golpes recibidos, que no nos detenemos a pensar en la eternidad. Cristo es la verdadera vid, que comunica su propia vida a los sarmientos. Es una vida de tan alto valor, que Jesús derramó hasta la última gota de su sangre para que nosotros pudiésemos recibirla. Todas sus palabras, acciones y milagros nos introducen progresivamente en esta nueva vida, enseñándonos cómo nace y crece en nosotros, cómo muere y cómo se nos restituye si la hemos perdido. “Yo he venido, nos dice, para que tengan vida y la tengan en abundancia. Permaneced en mí y yo en vosotros”.
Cuando la vida del alma languidece por la apatía, el pecado, el desgano, la negligencia, la pereza, por influencias delmedio ambiente, prisas y otros quehaceres, lleva el riesgo de morir. Y su esterilidad es total, porque no da fruto alguno. Por eso es importante detenernos un momento para hacer un recuento de nuestros actos. ¿Qué tanto hemos hecho rendir los dones recibidos? Meditemos hoy junto al Señor, si encuentra frutos abundantes en nuestra vida; abundantes, porque es mucho lo que se nos ha dado.
Estamos viviendo un proceso de descomposición social. El mundo entero avanza desorientado. El alcoholismo, la drogadicción, la violencia, la ambición desmedida, el materialismo y el erotismo, se encuentran en la mente de muchas personas. Si nos seguimos comportando de esa manera, seremos “siervos inútiles”, que pasamos por este mundo y nada hicimos para merecer la vida eterna. Hombres y mujeres vacíos, que no tuvimos un plan de vida y una misión por desempeñar. Seres incapaces de llevar a cabo lo que nuestro Padre nos ha encargado en ese breve espacio de tiempo que vivimos en la tierra.
En la viña del Señor hay lugar y trabajo para todos: niños, jóvenes, viejos, ricos y pobres, para hombres y mujeres que se encuentran en la plenitud de la vida y para quienes ya vean próximo su atardecer. Todos tenemos capacidad apostólica para ejercer un fecundo apostolado. Dios nos llama y nos envía como obreros a su viña. El Señor ha pensado en nosotros desde la eternidad y nos ha amado como personas únicas e irrepetibles, llamándonos y conociéndonos por nuestro nombre. En cada jornada somos atraídos por Dios para llevar a cabo sus planes de redención.
Entre los males que aquejan a la humanidad, hay uno que sobresale por encima de todos: son pocas las personas que de verdad, con intimidad y trato personal, conocen a Cristo.Muchos mueren sin saber que Cristo vive y que trae la salvación a todos. En buena parte dependerá de nuestro empeño el que muchos lo busquen y lo encuentren pronto, porque el tiempo transcurre con una velocidad asombrosa y no sabemos cuándo seremos llamados. Démonos prisa, la oportunidad la tenemos ahora, pongámonos a trabajar con empeño y entusiasmo, evangelizando y re-evangelizando al que lo necesite.
Seamos agradecidos por haber sido llamados a servir en la viña del Señor a la hora que haya sido. La llamada en sí misma, ya es un honor. Salgamos del pozo oscuro donde nos encontramos y busquemos esa vida en abundancia que el Señor nos ofrece. Con ella tendremos esa paz que tanto anhelamos y que nosotros mismos la hemos rechazado. Dirijamos la vista hacia el futuro, pero no nos limitemos al tiempo que viviremos aquí en la tierra. Existe algo más, demasiado valioso, que se proyecta hacia la eternidad… Muchas veces lo que nos agrada no es compatible con el amor de Dios. Infinidad de personas en el mundo lo único que desean es “vivir en plenitud” la vida. Sitios -antes tranquilos y decentes, se han convertido en lugares de perdición “muy superiores” a lo que fueron en su tiempo Sodoma y Gomorra, Pompeya y Herculano, en los cuales jóvenes y adultos, dan rienda suelta al erotismo y a la sensualidad, al alcoholismo y a la drogadicción, haciendo a un lado los mandamientos de Dios.
A pesar de todo, con la gracia divina podemos hacer lo posible para que las virtudes se desarrollen en nuestra alma, quitando obstáculos, alejándonos de las ocasiones de pecar y resistiendo con valentía a las tentaciones. Recordemos que santos son, no los que no han pecado nunca, sino los que se han levantado después de caer. Renunciar a la vida eterna donde se encuentra “La Perla Preciosa” -llamada Jesucristo, es un modo encubierto de soberbia y una evidente cobardía, que acabará ahogando nuestras ansias de Dios.
Dejar al Señor a un lado porque somos pecadores, es un grave error. Todos tenemos un enjambre de defectos que a nosotros mismos horroriza por conocerlos a la perfección. Dios cuenta con el tiempo necesario, y tiene paciencia con cada uno de nosotros. Recordemos que todos los santos se han considerado siempre grandes pecadores. Sabían muy bien que existía una gran distancia entre su manera equivocada de ser y lo que el Señor esperaba de su persona. Sin embargo, Jesucristo se aproximó a todos ellos, los atrajo con amor misericordioso, los condujo con ternura y los rescató para que llegasen a ser ejemplo para toda la humanidad. Que no se desesperen los privados de la libertad.
Recordemos que Nuestro Señor Jesucristo también estuvo preso. Que no pierdan la esperanza los alcohólicos. Muy pronto alguien cortará las cadenas que les atan. Que no se angustien los enfermos y los que viven solos. Jesucristo los ama cual hijos predilectos. Que no se entristezcan los abandonados por sus seres queridos, porque el Señor les hará compañía.
Mantengamos viva la sed que tenemos de Dios, haciendo más grande cada día la hoguera de nuestra fe. Que no se apague esa llama bendita que encendieron nuestros padres cuando éramos niños. Cuando nos enseñaron el Padre Nuestro y el Ave María. Cuando nos hicieron pensar por vez primera que había algo trascendente detrás del horizonte. Cuando nos hicieron comprender que la muerte no es el final, sino el principio, y que detrás de todo esto se encuentra el amor de un Padre misericordioso que pensó en nosotros desde el comienzo de los siglos.
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