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LA FIDELIDAD

POR JACOBO ZARZAR GIDI

Nuestro Señor pide fidelidad a los hombres a los que mira con predilección porque Él mismo es siempre fiel, por encima de nuestras flaquezas y debilidades. El Señor tiene para cada hombre, para cada uno en concreto, una llamada, un designio, una vocación. Él ha prometido que no fallará a ese llamamiento y lo sostendrá en medio de las tentaciones y dificultades diversas por las que puede pasar una vida. Jesús habla muchas veces de esta virtud a lo largo de los evangelios. Pone ante nuestros ojos el ejemplo del siervo fiel y prudente, del criado bueno y leal en lo pequeño, del administrador honrado... La idea de la fidelidad penetra tan hondo en la vida del cristiano que el título de “fieles” bastará para designar a los discípulos de Cristo. La fidelidad consiste en cumplir lo prometido, conformando de este modo las palabras con los hechos. Somos fieles si guardamos la palabra dada, si nos mantenemos firmes a los compromisos adquiridos. El ámbito de la fidelidad es muy amplio: con Dios, entre cónyuges, entre amigos... Es una virtud esencial, sin ella es imposible la convivencia entre los esposos porque no cumplirían sus promesas matrimoniales como tantas veces lo vemos en la práctica. Referida a la vida espiritual, se relaciona estrechamente con el amor a Dios, la fe y la vocación.

La nuestra, no es una época que se caracterice por el florecimiento de esta virtud de la fidelidad. Tal vez por eso el Señor nos pide que sepamos apreciarla más, tanto en nuestros compromisos de entrega libremente adquiridos con Él, como en la vida humana en las relaciones con otros. Muchas veces nos preguntamos: ¿cómo es posible que un sacerdote, un misionero, un evangelizador o un religioso, puedan comprometerse para toda la vida? Pueden, porque su fidelidad está sostenida por quien no es débil ni cambiante. Juan Pablo II les dijo un día: “Cristo necesita de vosotros y os llama para ayudar a millones de hermanos vuestros a ser plenamente hombres y a salvarse. Abrid vuestro corazón a Cristo, a su ley de amor; sin condicionar vuestra disponibilidad, sin miedo a respuestas definitivas, porque el amor y la amistad no tienen ocaso, permanecen siempre en plenitud, porque el amor no envejece”.

La fidelidad es la correspondencia a ese amor de Dios, dejarse amar por Él, quitar los obstáculos que impiden que ese amor misericordioso penetre en lo más profundo del alma. Sin amor, pronto aparecen las grietas y las fisuras a todo compromiso. La perseverancia hasta el final de la vida se hace posible con la fidelidad a lo pequeño de cada jornada y el recomenzar cuando, por debilidad, hubo algún paso fuera del camino. Perseveran los que aman, porque sienten la fortaleza de su Padre Dios en la aparente monotonía de la lucha diaria. Las virtudes de la fidelidad y lealtad deben dar forma a todas las manifestaciones de la vida del cristiano. Si hablamos de la fidelidad y de la lealtad a nuestros compromisos, debemos hacer mención que en tiempos de Jesús, la práctica del juramento había caído en el abuso por su frecuencia y por la ligereza con que se hacía. Jesús sale al paso de esta costumbre, y prohíbe poner a Dios por testigo.

¡Qué triste es ver a un joven comprometerse en matrimonio con una hija de familia, y darnos cuenta conforme transcurre el tiempo, que las promesas fueron falsas porque no se cumplieron a pesar de haber contado originalmente con el aval de los padres del muchacho! El Señor quiere realzar y devolver su valor y fuerza a la palabra del hombre de bien que se siente comprometido por lo que dice. Solamente en casos extremos es moralmente lícito poner a Dios por testigo de algo que se asegura o se promete, siempre y cuando se haga con las debidas condiciones y circunstancias: Si no lo exige la necesidad, nuestra palabra de cristianos y de hombres honrados debe bastar. En la vida diaria, algunos hombres que llegan tarde a casa, juran por Dios a su esposa que salieron tarde del trabajo porque tenían muchas cosas por hacer, y la verdad es muy diferente: ellos han estado con otra mujer. En las enseñanzas de Cristo, la hipocresía y la falsedad son vicios muy combatidos, mientras que la veracidad es una de las virtudes más gratas a Nuestro Señor. Jesucristo es la Verdad, y Él mismo así se nombra cuando nos dice: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Por el contrario, el demonio es el padre de la mentira. Quienes sigan al Maestro han de ser hombres honrados y sinceros que huyen siempre del engaño y basan sus relaciones humanas y divinas en la veracidad. Decir siempre la verdad es esencial entre padres e hijos, porque de lo contrario éstos crecerán sobre bases falsas que los harán fracasar. Lo mismo sucede con los casados que, al darse cuenta que el otro miente, llevan el riesgo de contagiarse mutuamente. El amor a la verdad es una cualidad que lleva consigo la paz del alma.

La mentira nos intranquiliza, es por eso que debemos buscar la verdad y poner empeño en encontrarla, pues en ocasiones está oculta por el pecado, las pasiones, la soberbia y el materialismo. Un cristiano, un verdadero discípulo de Cristo, a pesar de sus errores y defectos, ha de ser un hombre de palabra. Fiel es la persona que inspira confianza, de la que nos podemos fiar, aquélla cuyo comportamiento corresponde a la confianza puesta en ella o a lo que exigen de ella el amor, la amistad y el deber. ¡Qué alegría recibimos cuando en medio de una dificultad llega un amigo y nos dice: “Puedes contar conmigo!”. También agradará al Señor que le digamos en nuestras oraciones: “Señor ¡Puedes contar conmigo!”.

jacobozarzar@yahoo.com

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