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EL PERDÓN EN SU MÁXIMA EXPRESIÓN

POR JACOBO ZARZAR GIDI

“Cantaré las grandezas que Dios ha hecho por mí, su perdón, su amor y su salvación. Mi vida no tenía esperanzas, Cristo no estaba en mí, y no fue sino hasta que le conocí que encontré la esperanza para seguir...”.

Cuando leí un extracto de la vida de Josefina Bakhita que el Papa Juan Pablo II beatificó el 17 de mayo de 1992, quedé impresionado. Su capacidad de perdón fue tan grande, que no se puede comprender sin tomar en cuenta la gracia de Dios. Pero, ¿quién fue esta mujer de piel negra, que jamás pensó en odiar a los que le habían hecho tanto daño? Nació en 1869 cerca de la región del Darfur en Sudán. Su familia tenía una buena posición social, pertenecía a la tribu de los Dagiú, que son musulmanes de nombre, pero animistas de hecho. A los seis o siete años había vivido ya el drama del rapto de su hermana cuando, paseando por los campos cercanos a su casa, le tocó la misma suerte: los negreros la raptaron y cinco veces la vendieron en los mercados de esclavos. Bakhita no era el nombre que había recibido de sus padres cuando nació: el miedo que experimentó el día que la raptaron para venderla como esclava le provocó una amnesia que le hizo olvidar incluso su nombre. Bakhita, que en idioma árabe significa “afortunada”, fue el nombre que le dieron los secuestradores; Josefina, fue el que recibió en el bautismo.Experimentó las humillaciones y los sufrimientos físicos y morales de la esclavitud, pasando de mano en mano por varios dueños, que la sometieron a crueldades y malos tratos. Le hicieron un tatuaje por incisión con 114 cortes en todo el cuerpo, excepto en la cara, y frotaron sus heridas con sal para que cicatrizaran conmayor rapidez.

En sus escritos leemos: “No podría decir cómo me sentí. Me parecía morir a cada momento, especialmente cuando me frotaron con sal. Inmersa en un lago de sangre, me llevaron al lecho, donde durante horas no supe nada de mí. Cuando recuperé la conciencia, me vi junto a mis compañeras (tatuadas también) que sufrían atrozmente conmigo. Durante más de un mes fuimos condenadas a estar allí, tendidas en la estera, sin podernos mover, sin un pañuelo con el que pudiéramos enjugar el líquido que salía continuamente de las llagas semiabiertas y cubiertas por la sal. Puedo decir que no estoy muerta por un milagro del Señor, que me había destinado a cosas mejores”. En Jartum la compró un cónsul italiano, Callisto Legnani, que se la llevó a Génova; poco después la cedió a un amigo. Josefina, con la nueva familia, regresó a África donde permaneció un año. Después volvió definitivamente a Italia. En 1888 fue confiada al cuidado de las religiosas Canosianas de Venecia para que la prepararan al bautismo, que recibió el 9 de enero de 1890. Ese día no sabía cómo expresar su alegría; con frecuencia se le veía besar la fuente bautismal y decir: “Aquí me convertí en hija de Dios”.

El siete de diciembre de 1893 entró en el noviciado de las Hijas de la Caridad, en la Casa de los catecúmenos de Venecia, y el 8 de diciembre de 1896 emitió los votos temporales en la casa madre de Verona; posteriormente regresó al Catecumenado donde permaneció hasta 1902, y el 10 de agosto de 1927 emitió los votos perpetuos en Venecia. Durante más de 50 años vivió dedicada a diversos trabajos en la casa de Schio: fue cocinera, ropera, bordadora y portera. Ya anciana, tuvo una enfermedad muy larga y dolorosa: artritis deformante con empeoramiento constante, bronquitis asmática agravada con pulmonía doble. Se vio obligada a permanecer en silla de ruedas, pero seguía dando testimonio de fe, de bondad y de esperanza cristiana. Sus sentimientos hacia los que la habían esclavizado y torturado eran: “Si me encontrase con los negreros quemeraptaron, e incluso con los quemetorturaron, mearrodillaría a besar susmanos, porque si no me hubiera sucedido eso, ahora no sería cristiana ni religiosa”. Los perdonaba con estas palabras: “¡Pobrecitos!, quizá no sabían que mehacían tanto daño.Ellos eran mis amos, yo era su esclava. Lo mismo que nosotros estamos acostumbrados a hacer el bien, ellos hacían eso porque estaban habituados, no por maldad”.

Josefina Bakhita murió en Schio el 8 de febrero de 1947. Su vida sencilla y humilde estuvo marcada por pequeños detalles que le ayudaron a construir un camino de santidad orientado hacia las bienaventuranzas evangélicas. Fue pobre de espíritu, bondadosa, misericordiosa, limpia de corazón, constructora de paz, hambrienta y sedienta de Dios.No hubo en ella huellas de autoafirmación ni de búsqueda de prestigio, ni autosuficiencia, sino sólo y siempre una disponibilidad total a lo imprevisible de Dios. ComoMagdalena, su santa fundadora, ella descubrió la realidad inefable de la presencia de María Santísima en lo cotidiano, y vivió junto a ella como persona viva. Sus últimas palabras fueron: “¡LaVirgen! ¡LaVirgen!”... La vida ejemplar de Josefina nos enseña que no es propio del cristiano ir por el mundo con una lista de agravios en el corazón, con rencores, recuerdos y reclamos que empequeñecen el ánimo y lo incapacitan para los ideales divinos a los que el Señor nos llama. Ella perdonó, a pesar de todo lo que la hicieron sufrir cuando la arrancaron de su casa paterna en el Norte de África, cuando la vendieron cinco veces en los mercados de esclavos y cuando perversamente le marcaron la espalda con 114 cortes en los cuales colocaron sal. Después de conocer una parte de la vida de esta mujer ejemplar, me quedé pensando en lo terrible que ha de ser sufrir la esclavitud en carne propia.

Muchos dicen que eso es parte del pasado, pero desgraciadamente en muchos países del Norte de África y del Medio Oriente, continúan esas prácticas nocivas que atentan contra la dignidad humana, tomando en cuenta que todos somos hijos de Dios.Yno podemos dejar de mencionar que también entre nosotros existen otras esclavitudes que dominan y humillan al ser humano. Permanecemos esclavizados por los vicios, por nuestras pasiones, por la ignorancia, por el fanatismo, por el pecado, por los temores inútiles que ensombrecen nuestra vida, por el resentimiento, por las preocupaciones del qué dirán y por tantas otras cosas que nos mantienen encadenados. Siempre hay algo que nos avasalla, que nos somete, que nos sujeta. Los antídotos eficaces contra estos tipos de esclavitud son la fe, la esperanza y el amor, siendo Jesucristo el único que puede liberar a los cautivos.

jacobozarzar@yahoo.com

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