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Más allá del doble juego...

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Visto el doble juego donde por un lado se alientan las alianzas y por otro se negocia disolverlas, donde por un lado se insta a dejar los pleitos mezquinos y por otro se les atiza, donde por un lado se reclama atender las reformas estructurales y por otro se instrumentan maniobras distractivas, la Oposición debería lanzar y concretar sus propios proyectos... con o sin el acuerdo del presidente de la República.

La razón para actuar de ese modo y hacer algunos de los ajustes que exigen el desarrollo político y económico es sencilla: los sexenios duran seis años, pero el país perdura. Si el próximo Gobierno quiere salir del pasmo político y el empantanamiento económico, la Oposición requiere sentar las bases para conseguirlo.

Lo importante no es llegar a Los Pinos, sino ocupar la residencia... no como ahora.

***

Aun cuando el calderonismo se empeña en demostrar que trabaja con rumbo y estrategia en una sola dirección, cada vez es más evidente el montaje de un doble juego para preservar el poder aunque no se ejerza.

A esa conclusión lleva el show montado por la Administración en tres pistas: las negociaciones emprendidas con el PRI que contradicen las negociaciones de Acción Nacional con el perredismo; la ofensiva lanzada contra los matrimonios gay y la despenalización del aborto que, por obvio, contradice el afán de aliarse electoralmente con el perredismo; y el lanzamiento de la reforma política preparada con el ánimo de quien ruega por su fracaso para encontrar y exhibir a los culpables.

Pese al esfuerzo oficial y extraoficial por deslindar al presidente Felipe Calderón de esas tres operaciones, ese doble juego lo deja muy mal parado. Cuando no queda como un hombre desinformado del quehacer de su equipo, aparece como un líder incapaz de organizar, articular y alinear las distintas instancias de poder -gobierno, partido, grupos parlamentarios y gobernadores- con que cuenta y, cuando no es así, se exhibe como un político que invierte el orden lógico de los factores de las iniciativas que presenta.

Sin embargo, la trayectoria y la experiencia del mandatario impiden verlo así. Los cargos y posiciones que comprenden su carrera -legislador, dirigente partidista, administrador- son un mentís a la idea de que no sabe lo que hace o no sabe lo que hacen sus colaboradores. ¿Entonces? Entonces no resta más que pensar que el mandatario sucumbió ante el pragmatismo político y guardó -sí guardó- la doctrina que, supuestamente, marcaría distancia y diferencia frente al foxismo.

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Son de muy difícil digestión los cuentos chinos para zafarlo del doble juego político, cuyo eje es ganar poder a como dé lugar, aunque después no se tenga claro qué hacer con él.

Conociendo el carácter del presidente Calderón resulta increíble que no haya echado al secretario Gómez Mont si éste, en verdad, le ocultó información o si actuó con deslealtad o desobediencia a su instrucción. Una y otra vez, el mandatario ha demostrado que castiga la deslealtad y la desobediencia, no la incapacidad o el error.

Tampoco puede creerse que, de la noche a la mañana, haya considerado prioritaria la reforma política. Es en este caso donde alteró el orden de los factores. El a-b-c de la política recomienda que cuando se quiere asegurar el éxito de una iniciativa ésta primero se diseña y elabora, luego se pre-negocia y, por último, se anuncia. Anunciarla primero, elaborarla después y negociarla por último va contra toda lógica. Así se hizo y, entonces, no es improbable que esa iniciativa fuera una maniobra distractiva para cargar la factura de su rechazo a la Oposición y granjearse alguna preferencia electoral.

Por donde se le mire, acercarse al PRI en el campo político y confrontarlo en el campo electoral; acercarse al perredismo en el campo electoral y confrontarlo en el campo político; y pretender reformar el régimen político en un momento electoral es un doble juego.

Una maniobra que con todo exige privilegiar a la política-política o la política-electoral, y el calderonismo optó por la segunda a fin de reposicionarse de cara a la próxima elección presidencial.

***

Si en su inicio el calderonismo se quiso diferenciar del foxismo, ahora -en la desesperación- muy poco le importa parecerse cada vez más.

Si como dirigente partidista la divisa de Felipe Calderón era ganar el Gobierno sin perder el Partido, ahora como mandatario la divisa es conservar el Gobierno aunque se pierda el Partido, la doctrina o los principios. Ganar ésta, aquélla o la siguiente elección a como dé lugar, sin considerar los medios ni el costo político.

Si Vicente Fox utilizó a la Corte como ariete para debilitar a Andrés Manuel López Obrador y, luego, su propia investidura para intervenir electoralmente, Felipe Calderón se vale del combate al narco o la reforma política para golpear a su adversario en turno. Ahí está la campaña durante la elección intermedia emparentando al priismo con el crimen, o el golpe al perredismo en Michoacán arraigando sin sustento a varios funcionarios y presidentes municipales.

Ese pragmatismo se expresa, ahora, en un doble juego político. Uno que, como el foxismo, desconsidera los daños al Estado. Uno donde poco importa si prospera o no la reforma política, si se cumple o no el decálogo propuesto para darle perspectiva al país, si se mezcla o no el combate al crimen con la estrategia electoral, si vulneran o no los acuerdos.

Un juego donde lo importante, absurdamente, es conquistar el poder, pero no ejercerlo.

***

Ante esa circunstancia, la Oposición debería -como en las artes marciales- convertir la fuerza del adversario en el impulso propio.

Si el calderonismo lanza una iniciativa de reforma política ansiando su rechazo, la Oposición debe hacerla suya, replantearla y sacarla adelante. Si el calderonismo asegura que nada puede hacer sino mediante grandes reformas legislativas, la Oposición debería -sobre la base de sus gobiernos estatales y municipales (ahí está el caso de la tenencia en Querétaro)- emprender acciones para demostrar que algo se puede hacer.

En diez años, el panismo foxista o calderonista ha demostrado que la alternancia no es sinónimo de alternativa, la Oposición debería evitar el doble juego y empezar a construir la alternativa desde ahora sí, en verdad, se concibe como opción de poder y no como extensión del no-poder en espera de su turno.

Sobreaviso@latinmail.com

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