México no es un país de leyes, pero el más mínimo cambio en su favor exige reformar las leyes.
Ese absurdo lleva a otro: las leyes no se pueden reformar porque el país vive un desacuerdo nacional y, entonces, cuando una Ley se logra reformar, esa reforma no es la deseable sino la posible. Y como la reforma no sirve, se incumple la Ley y, por lo mismo, es menester reformar la reforma de la Ley que no se va a acatar.
Con ese cuento o mito no tan genial, la élite política explica por qué el país está como está pero ni por asomo se le ocurre imaginar una historia distinta y mucho menos realizar un mejor destino. Se fascina en repetir el cuento de nunca poder. ¿Quieres que te lo cuente otra vez?
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En esa lógica de la imposibilidad, proponer reformas no cuesta nada porque, a fin de cuentas, nada se va a reformar, y si algo se llega a reformar será insuficiente y, si no, ya se verá cómo incumplir lo reformado. Así, sin el menor rubor, una y otra vez se propone emprender la Gran Reforma ___________ (espacio a llenar por la ilusión ciudadana, a partir del variado menú existente).
Ejemplos sobran. Varios de los partidos que aprobaron la prohibición de comprar espacios en los medios electrónicos son los mismos que burlaron la prohibición anunciándose a través de un tercero que hablaba muy bien de ellos. Ejemplos sobran. Los partidos que aprobaron registrar los teléfonos celulares para combatir la extorsión son los mismos que proponen prorrogar el plazo que fijaron. Ejemplos sobran. Los mismos partidos que, por los más diversos y encontrados motivos, se congratularon por la reforma petrolera, son los mismos que denuncian su insuficiencia. Ejemplos sobran. La embestida del Poder Ejecutivo contra el Poder Legislativo por no aprobar la reforma judicial y que concluyó con la reforma de la reforma propuesta, configuró recursos que ni una vez ha empleado el Ejecutivo (v.gr. extinción de dominio) o configuró recursos de los que abusa sin medida (v.gr. arraigos insostenibles).
Proponer reformas no cuesta nada ni importa mucho, y porque nada se puede reformar, se propone reformar todo. Da igual... es un pasatiempo que entretiene a la élite y la obliga a administrar el no poder.
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En el colmo de esa lógica de la imposibilidad se llegan a proponer Reformas de Gran Calado con enorme dosis de perversidad o ingenuidad política.
Se lanzan reformas con el solo propósito de que sean rechazadas y cobrar, si se puede -esa es la ganancia-, la factura de su frustración al adversario en turno (v.gr. la reforma política calderonista). Se lanzan reformas para supuestamente atender el reclamo ciudadano pero sobre todo para elevar el nivel de popularidad del proponente, a sabiendas de la inutilidad de la modificación (v.gr. pena de muerte a los secuestradores). Se lanzan reformas sin considerar la agenda ni el calendario político que condenan su destino (v.gr. la reforma laboral a unas semanas del Día del Trabajo). Se lanzan reformas para poderlas canjear por algún beneficio político (v.gr. impuestos por votos). Se lanzan reformas sin emprender ninguna negociación preliminar, sin ni siquiera haberlas elaborado para luego manifestar asombro frente al rechazo o la resistencia encontrada (v.gr. infinidad de ellas).
Esa filosofía del no poder ha llevado a la élite política a perder el sentido de la oportunidad y la prioridad para emprender acciones disparatadas y de lo más variado.
No se acaban de definir y conciliar los términos de la nueva Cédula de Identidad Nacional, cuando ya se anuncia a la ciudadanía que, además, deberá registrar su teléfono celular y de una vez someter a una verificación mecánica (distinta a la ambiental) su vehículo... si no se lo han robado. Ni una de esas tres acciones avanza debidamente (la vehicular ya abortó), pero sin duda algún nuevo registro se les habrá de ocurrir. No, hasta el concurso del trámite más inútil... resultó inútil.
El cuento de nunca poder es una historia sin fin.
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En ese juego de hago todo lo que puedo pero no puedo hacer nada, la élite política ha pasado por alto cuestionarse por qué nada o muy poco puede hacer... mientras el país se desbarata.
Proponen reforma tras reforma pero no emprenden una campaña para desarrollar una cultura política basada en la confianza, la credibilidad y la legalidad. Sin esos ingredientes, básicos en toda democracia y en todo Estado de derecho, las leyes se pueden perfeccionar 100 o más veces. Da igual qué tan buenas o malas sean.
No se trata, no lo vaya a entender así el zar de la incomunicación presidencial, de elaborar de una campaña spots con jingles pegajosos. No, se trata de emprender pequeñas acciones sostenidas que, en un plazo corto, revelen un cambio de actitud por parte de la élite política. Una política de manifiesta rectificación frente a aquellos actos de poder que vulneran el Estado de derecho y alejan la cultura de la legalidad.
Ejemplos hay de sobra. Liberar a las indígenas Teresa González y Alberta Alcántara, cuyo indebido encarcelamiento ha sido expuesto hasta la saciedad por activistas y autoridades en materia de derechos humanos, sería una de esas pequeñas acciones. Reivindicar públicamente a los funcionarios y munícipes michoacanos arraigados y consignados indebidamente podría ser otra. Cancelar con sincera humildad aquellos nuevos trámites o registros destinados al fracaso sería una más. Proceder decidida y firmemente contra aquellos munícipes que, a diferencia de los de Michoacán, tienen manifiestos y declarados vínculos con el crimen y actúan en colaboración o complicidad con él, podría ser una acción de ese tipo. Reportar el número de delincuentes consignados y procesados, en lugar de sólo anunciar detenciones sin consecuencia, sería una más.
Acciones y señales de ese tipo alentarían el desarrollo de esa cultura cívico-política que, en un corto plazo, repusiera la confianza, la credibilidad y la legalidad imprescindibles para, entonces, sí pensar y realizar los cambios de Ley necesarios.
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Es comprensible que la élite política prefiere proponer reforma tras reforma para no cambiar. Rectificar su conducta, modificar su actitud, generar esa nueva cultura la comprometería muchísimo más que estar proponiendo y proponiendo reformas para alargar el cuento de nunca poder.
Es comprensible eso, no que la sociedad siga pagando a plazos y a un alto precio el noviciado de su ciudadanía. Hay actos, hay actitudes, hay impunidades e injusticias que de ningún modo se deben tolerar, aún si le propone escuchar el cuento de las reformas de nunca acabar.
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