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Medio siglo de independencia (¿?)

Los días, los hombres, las ideas

FRANCISCO JOSÉ AMPARÁN

Una razón por la que la ese grupo mafioso llamado FIFA le dio la sede de la Copa Mundial de Futbol a un país con enormes sectores de la población en la pobreza, con niveles de violencia más altos que México, y en donde uno de cada cinco adultos es seropositivo de VIH, es porque 2010 resulta un año especial para el Continente Negro: para la mitad de los países de África, se cumplen cincuenta años de haber accedido a la independencia. Así que en este año había que celebrar el principal evento futbolístico en suelo africano. Y no es por nada, pero el único país (más o menos) capaz de hacerlo era Sudáfrica, la tradicional locomotora económica del África Subsahariana.

Además, el Mundial constituye un espaldarazo para un país que hace apenas veinte años era un paria entre las naciones, y ni siquiera podía participar en certámenes deportivos internacionales, por su política legalmente discriminadora y racista. Había que festejar el desmantelamiento pacífico de un régimen que se ganó el repudio mundial (así fuera, en muchos casos, de-dientes-para-afuera), y que supo transitar sin muchos gritos y pataleos a la normalidad democrática, sea eso lo que sea.

Los llamados "vientos de cambio", la conciencia de que la época colonial había llegado a su fin, iniciaron después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Entonces se dio una confluencia de factores que empujaron a Europa a empezar a retirarse de los imperios coloniales que había forjado, en su mayor parte, durante el siglo previo. Por un lado, Europa estaba devastada y exhausta, luego de haber sacrificado a lo estúpido y en sólo 30 años, a dos generaciones de sus jóvenes. Por otro, los beneficios que se obtenían de la explotación de las colonias iban a la baja, y en algunos casos eran deficitarios: salía más cara la administración de la colonia que las bananas y mandiocas que se sacaran de ella. Además, en algunos frentes de guerra las tropas coloniales habían sido un factor; y ahora querían como recompensa por sus sacrificios en pro de la metrópoli, que ésta les dejara en libertad.

El Raj, el Imperio Británico en la India, era un caso de ese tipo: un millón de soldados hindúes habían peleado por la Gran Bretaña en lugares tan remotos como Italia. Por otro lado, Gandhi había estado picando piedra con sus métodos no violentos desde hacía dos décadas, y sus seguidores se contaban por millones: el horno no estaba para bollos. Los ingleses, viendo que el control de ese pobladísimo subcontinente se les escapaba de las manos, decidieron darle la independencia cuanto antes. Lo hicieron de manera torpe, irresponsable y apresurada. Por razones religiosas, el Raj resultó partido en tres, y en los meses previos y posteriores a la independencia, en mayo de 1947, más de un millón de personas (quizá dos) murieron en motines y matanzas realizados por fanáticos de uno y otro bando. La traumática independencia de la India y Pakistán señaló con claridad que darles la libertad a las colonias era un asunto que había que preparar con tiempo y con pinzas. Para variar y no perder la costumbre, las lecciones de la historia fueron desatendidas.

Por su parte, Francia libró durante ocho años una exasperante guerra de desgaste en contra de las guerrillas comunistas, católicas, budistas y hasta atlantistas que, buscando la independencia, pululaban en las selvas de su colonia en Indochina. Luego de su derrota en la primavera de 1954 en Dien Bien Phu (el peor desastre de un ejército europeo en una guerra colonial del siglo XX), Francia aventó los bártulos... que en esa parte del mundo recogerían los inexpertos americanos. Otra lección: las guerras coloniales no valen la pena. Sólo desgastan a la metrópoli. Otra lección mal aprendida: casi de inmediato, Francia se involucró en una guerra semejante, con objetivos similares, en Argelia. Terminó en 1962... con la independencia de Argelia y un espantoso desangramiento francés de hombres y reputación.

En la segunda mitad de los años cincuenta, algunos países africanos se fueron independizando a cuentagotas: Sudán y Marruecos en 1956, Costa de Oro (Ghana) en 1957, Guinea al año siguiente. Estos dos últimos países les sacaron feo la lengua a sus antiguos amos, por lo que la ayuda prometida nunca llegó... lo que permitió la expansión de la influencia de la URSS, en una zona que los soviéticos ni sabían que existía. Mal asunto: los países recién nacidos entraban de inmediato en la absurda y sincopada danza de la Guerra Fría.

Esos primeros Estados libres sirvieron de ejemplo y modelo a las pequeñas clases medias de profesionistas y administradores autóctonos que los europeos habían ido formando en sus distintas colonias. La presión de esas élites educadas, más la amenaza de que cundieran las guerrillas insurgentes, hicieron que franceses, británicos, italianos y belgas decidieran acelerar los procesos independentistas. Los resultados no tardaron en quedar de manifiesto.

En algunos casos, la transición a la independencia se hizo con relativa calma y eficiencia y el cambio de estatus resultó por lo menos pacífico y ordenado. Para darles un buen arranque a los nuevos Estados, algunos contrataron ingenuamente a expertos en derecho de todo el mundo para que les redactaran sus constituciones. Y sí, algunas Cartas Magnas africanas son una shulada. Pero están como la mexicana: a lo largo de la historia, nadie las respetó. En unos cuantos años, la mayoría de los países cayeron bajo la bota militar. Los golpes de Estado frustraron las esperanzas democráticas casi desde el principio y hasta la fecha. Las dictaduras y tiranías de todo tipo se convirtieron en la regla, no la excepción, en el África independiente. En muchos países no ha habido una elección decente en el último medio siglo. La rapacidad de algunos dictadores ha sido proverbial, lo mismo que sus extravagancias sanguinarias.

Por supuesto, en la continuada tragedia de África tuvo mucho que ver el tiradero que dejaron los europeos: las fronteras trazadas por las potencias coloniales con frecuencia colocaban juntas a naciones que históricamente se han odiado, o separaban a hermanos de sangre. En no pocas instancias, la negligencia de la administración colonial dejó a un país librado a su suerte, sin infraestructura ni servicios educativos o de salud dignos de ese nombre. En el caso del Congo, las mineras belgas maniobraron para retener sus privilegios: a los diez días de la independencia, el Congo se había desintegrado y había estallado una guerra civil que tardó cuatro años en apagarse. Hoy en día, en el oriente del Congo se sigue librando el conflicto más salvaje del siglo XXI, aunque poca gente se entere. Y en él han muerto cinco millones de personas: la peor guerra después de 1945. Y ni quién los pele.

Total, que tras medio siglo de independencia en muchos países de África hay poco qué celebrar. Igual que en otros, de América, que según ellos cumplen doscientos. Que cada quién se engañe como quiera con sus propias mentiras, sus propios mitos.

Consejo no pedido para que el panorama no se vea negro: Lea "Ébano", libro de crónicas de Ryszard Kapuscinski, con la visión prístina que solía tener el gran periodista polaco. Provecho.

Correo: anakin.amparan@yahoo.com.mx

Francisco José Amparán

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