Hace unos días terminé de leer la novela "Topaz" de León Uris (Sí, hay una versión cinematográfica de 1969 realizada por el maestro Hitchcock). Trata de una red de espionaje soviético en el seno de la inteligencia francesa, que tenía el objetivo de llenarle el buche de piedritas a la OTAN y alejar a Charles De Gaulle de los Estados Unidos. No que el viejo necesitara que lo cilindrearan mucho: el narigón presidente francés detestaba que su país necesitara el auxilio de los norteamericanos para evitar ser apachurrado por una posible blitzkrieg soviética, y hacía todo lo posible por mantener la ilusión de que Francia era una potencia al nivel de los dos contendientes de la Guerra Fría. La actitud desafiante de los franceses hacia los gringos (que se manifestó en muy gálicas trompetillas durante la Segunda Guerra del Golfo en 2003) es una vieja tradición que nació con la V República creada por De Gaulle.
El caso es que en un pasaje de la novela, agentes del contraespionaje francés registran la oficina de un sospechoso de ser el topo soviético en unas instalaciones de la OTAN. Empiezan esculcando el escritorio, en busca de una cámara con la que pudiera tomar fotos de los documentos filtrados a Moscú. Luego, hacen un descubrimiento que los sorprende: una copiadora de proceso húmedo (wet-process copier, en el original) con la que el espía duplicaba los documentos, que luego le pasaba a sus controladores rusos. Toda la escena me desconcertó. De hecho, la tuve que releer. ¿Buscar primero una cámara que una copiadora? ¿Hacían las copias por proceso húmedo (o sea, usando latosos y sucios químicos líquidos y papeles especiales)? Entonces recordé que la escena transcurría en el verano de 1962, en vísperas de la crisis de los misiles soviéticos en Cuba. Y me cayó el veinte: o sea que en esos entonces, la vil copiadora en papel corriente no era todavía muy popular, ni siquiera en instalaciones de alta tecnología como las de la OTAN.
Un poco después vino la confirmación, vía un nostálgico artículo de CNN en línea: fue apenas en marzo de 1960, hace medio siglo, que la compañía Haloid de Rochester, NY, introdujo al mercado la primera copiadora en seco y con papel normal, la Haloid Xerox modelo 914 (así llamada porque podía copiar la friolera de siete páginas por minuto, de formato 9 X 14 pulgadas). Desde ese momento, el mundo de oficinas y escuelas no volvería a ser el mismo.
La historia de la humilde copiadora es muy interesante, y deja numerosas lecciones en el campo de la inventiva, la inversión productiva y la mercadotecnia. Empieza con los esfuerzos de un tímido abogado de patentes, Chester Carlson, quien detectó el demonial de tiempo que se perdía tecleando a máquina nuevos originales cuando se requería de más de un ejemplar de un documento. Empezó a experimentar con un proceso que él bautizó como xerografía, que utilizaba luz, fotoconductividad y polvos de resina (que era lo que se fijaba en la página). Le estuvo dando vueltas al asunto durante años y años, no sólo fracasando miserablemente en sus afanes de Ciro Peraloca, sino también llevándose entre las patas a su primer matrimonio. Finalmente se asoció con Haloid, una compañía de instrumentos y procesos fotográficos. La empresa se la jugó, destinando un pequeño batallón de ingenieros a la creación de la máquina que la patente de Carlson aseguraba funcionaría. Los primeros prototipos fueron un desastre. Algunos eran del tamaño de dos refrigeradores, otros requerían que el proceso ocurriera en la oscuridad total, varios tenían la misteriosa tendencia a incendiarse de improviso.
Los competidores de Haloid se retorcían en el suelo de risa, asegurando que estaban tirando el dinero al excusado, dedicando puñados de dólares y horas-nalga a una máquina que, en primer lugar, nunca funcionaría; y en segundo, no tendría mercado. Al menos eso decían las encuestas... realizadas entre directores, gerentes y dueños de empresa.
Finalmente, en 1959 quedó listo un prototipo de la 914. Se instaló en la oficina de Haloid, y fue un éxito instantáneo... entre las secretarias, bedeles y mensajeros: la gente que efectiva y realmente la usaba. De manera tal que los primeros modelos comerciales se exhibieron a principios de 1960 (una de las tres máquinas en exposición siguió la costumbre de sus ancestros, incendiándose en la primera demostración) y el primer pedido salió de la planta, como decíamos, en marzo de ese año.
Aunque los modelos primigenios sufrían todavía muchísimos problemas, y los equipos de reparación tenían que vivir como bomberos (dado que las emergencias menudeaban), en unos años la Xerox (le quitaron lo de Haloid muy pronto) se convirtió en un éxito de alcances mundiales. Aunque la patente ya había caducado, Chester Carlson se volvió un hombre rico; y la Xerox, una empresa monstruo, estandarte de un producto que se volvió emblemático de la oficina moderna. De hecho en inglés se utiliza el verbo "to Xerox" como sinónimo de copiar: no hay mayor prueba del éxito de una marca que ese sello de aprobación lingüístico.
Por supuesto, a la máquina se le hallaron montones de usos no previstos; o al menos, no autorizados por la gerencia: desde las quinielas de la oficina para los Óscares, el Super Bowl o los mundiales, hasta las 435 copias de la credencial del IFE que un mexicano promedio tiene que entregar a lo largo de su vida, pasando por la imagen de ciertas partes de los cuerpos de los guasones insufribles que nunca faltan en ningún lugar de trabajo: la copiadora ha reproducido todo ello y más, mucho más, a lo largo de sus cincuenta años de existencia.
La maquineja creó toda una cultura: los papeles pasantes terminaron en el muy marxista basurero de la historia. Se configuró toda una civilización construida por toneladas de documentos totalmente inútiles, pero que se podían reproducir como conejos, y hacérselos llegar a gente que no sabía ni leerlos. Conozco personas que lograron ascensos y mejoras en el sueldo por poseer una habilidad que no tenía nadie más en la escuela u oficina: ser los únicos capaces de destrabar los papeles atorados en la diabólica máquina.
Irónicamente, Xerox ya no hace copiadoras: éstas han sido reemplazadas por la ahora omnipresente impresora, que cumple múltiples funciones, que van desde generar excusas para la cónyuge, hasta la tradicional de copiado. Aunque cabe hacer notar que incluso esas novedades tecnológicas siguen utilizando básicamente el mismo proceso xerográfico al que tantas ganas le echó Carlson a mediados del siglo pasado.
Así pues, la venerable copiadora ya cumplió su aniversario de oro. ¡Cómo pasa el tiempo; y qué viejos nos estamos volviendo!
Consejo no pedido para que su esposa no lo insulte en original y tres copias por irse con sus amigotes: de León Uris lea la citada "Topaz" (NO vea la película, que hasta Hitchcock detestó) y la monumental "Éxodo", que sigue ayudando a entender la mentalidad israelí... sobre todo ahora, cuando no comprendemos la autodestructiva necedad del Estado Judío. Provecho.
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