A tiempo. Andando el tiempo. A su tiempo. De tiempo en tiempo. Correr el tiempo. Dar tiempo al tiempo. El tiempo es demasiado lento para los que esperan, demasiado rápido para quienes temen, demasiado largo para quienes sufren, demasiado corto para quienes gozan. La lentitud y la rapidez son realidades paralelas, son la doble naturaleza del tiempo. Chronos representa la prisa, las fechas límite, calendarios, agendas, gráficas, rutas críticas, despertadores. Representa la comida rápida, los viajes ultrasónicos, las relaciones sexuales y los divorcios exprés, los maratones en los que una milésima de segundo hace la cruel diferencia entre el ganador y el perdedor. Cronos son los relojes que nos permiten saber con exactitud la hora de Tokio, la de Londres y la de Nueva York simultáneamente. Los autos velocísimos aunque se atoren en las calles de ciudades como la mía donde según acabo de enterarme, los capitalinos pasamos algo así como cinco años de nuestra vida atascados en el tránsito.
La tecnología nos permite tener la información casi simultánea del choque de dos trenes en Koalalumpur, del coche bomba que estalla en un mercado de Irak, o de los miles de cadáveres que flotan en el agua por las inundaciones en cualquier lugar del mundo; pero yo tengo mis serias dudas de que todo eso mejore en algo nuestra vida. Chronos es el aspecto negativo del tiempo, nos persigue, es el impulso que mueve al mundo cada vez con mayor velocidad aunque nadie sepa bien a bien hacia dónde se dirige. Cronos es el delirio que hace posible que nuestro cuerpo se suba en un avión supersónico y llegue a tiempo a donde va, aunque desfasada, nuestra alma no lo alcance nunca.
Aquí, en la tranquilidad de una playa solitaria y llorosa de Acapulco, instalada en Cronos y por el camino voluntarioso que sigue el pensamiento, reflexiono sobre la vorágine en que estamos inmersos, en que mientras nuestras abuelas se sentaban en la mecedora, oraban y meditaban.
En el preciosismo con que cocinaban los romeritos y el bacalao ritual para las comidas de Pascua o Navidad, preparándonos así para lo sagrado que hay en la convivencia en familia. Hoy, con trabajo fuera y dentro de casa, apenas y nos alcanza el tiempo de pasar por el súper y comprarlo todo preparado, listo para satisfacer el estómago, pero carente de la parte espiritual sin la que toda celebración pierde el sentido de comunión y generosidad.
La pregunta para la que Sigmund Freud nunca encontró respuesta es: "¿Qué es lo que quieren las mujeres? Y sin embargo no era tan difícil señor Freud, siempre hemos querido un poco de Kairós. Queremos tiempo para lo trascendente, para la reverencia, la pasión, lo sagrado, la música... Queremos tiempo para amamantar tranquilamente a los bebés, para sentarlos en el regazo y contarles un cuento mientras se duermen. Tiempo para la meditación, para la intimidad y para el amor. Tiempo para que cada celebración tenga su espacio, su magia y su poesía. Tiempo para atender a todo aquello que le da sentido a la vida, al trabajo, y al dinero por el que trabajamos. Sin Kairós que es el tiempo que nos permite hurgar en los rincones del alma para cuestionarnos quienes somos, hacia dónde vamos y para qué hacemos lo que hacemos, la vida se limita a satisfacernos con el movimiento constante y la compra compulsiva de objetos que no tenemos ni el tiempo de disfrutar.
En cronos hacemos, en kairós podríamos Ser, si esta vorágine en que se ha convertido el tiempo, no conspirara para impedirlo. La celebración de un cumpleaños se posterga hasta la fecha conveniente, el asueto por las fiestas patrias se ha transferido a los viernes, de manera que ya no sabemos ni lo que estamos celebrando.
A mediados de agosto y junto al regreso a clases, la Navidad se entroniza en los centros comerciales, por lo que ahora tenemos más de cuatro meses de árboles iluminados. ¿Dónde queda entonces la sorpresa, la magia, el dulce encanto del mes de diciembre? Una excelente muestra del azote en que se ha convertido cronos, ha sido este septiembre en que nos invaden lo mismo banderas y símbolos patrios que nacimientos chinos, Santacloses en movimiento, brujas de Haloween y las calaveras de azúcar con que celebramos el Día de Muertos.
¿Cuándo fue que cronos se enloqueció y la vida se convirtió en esta masa informe? ¿Desde cuándo no nos permitimos quedarnos un domingo en la intimidad de la casa para saborear un libro, ver viejas fotografías, escuchar con atención las cinco mil piezas de música que guarda el moderno Ipod que compramos, o simplemente para hacer galletas con los niños?
Los tiempos son críticos, padecemos una guerra, las libertades se limitan, la vida se ha vuelto difícil y las calles peligrosas, ¿no será todo esto una señal de que kairós está exigiendo su espacio?