En el año que hubiésemos deseado recordar por las conmemoraciones de centenarios dobles y sencillos, en el que algunos ilusos optimistas se imaginaron un despegue anímico contagioso y otros, ilusos pesimistas, pensaron y hasta desearon una repetición de las insurrecciones celebradas, nos topamos diariamente con la triste realidad.
Fácil sería aquí enumerar las muchas grandes tragedias y escándalos de 2010 mexicano. Los cerca de 30 mil muertos en los combates contra y entre el narcotráfico, los casos de impunidad abyecta, las ineficiencias y torpezas del Legislativo, los feminicidios que crecen sin castigo, las investigaciones inconclusas, los abusos del poder y desde el poder...
Vaya que hay ejemplos: basta pensar en los mandatarios salientes de Puebla, Oaxaca y Veracruz, o en las vacantes en el Instituto Federal Electoral y la Suprema Corte de Justicia; en la inconclusa saga de la Guardería ABC o el escandaloso asesinato una madre que murió por buscar el castigo de la ley para el asesino confeso de su hija, a unos metros de la sede del poder que debería procurarle justicia y seguridad a sus ciudadanos.
Hasta el caso por algunos celebrado de la señora Isabel Miranda de Wallace es para desesperar: es el colmo que las obligaciones del Estado mexicano tengan que ser suplidas por la labor valiente, incansable y desesperada de ciudadanos como ella, que son después objeto de manipulaciones y premios que, por supuesto, merecen, pero de los que las autoridades deberían -por mínimo pudor- mantenerse lejos.
Todo lo anterior ya ha sido materia de análisis y debate, pero yo quiero quedarme, en este cierre de año, con dos noticias tomadas casi al azar, en un domingo cualquiera, del portal de El Universal.
La primera será materia indudablemente de primeras planas este lunes: el estallido, con trágicas consecuencias, de un ducto de Pemex en San Martín Texmelucan, Puebla, que dejó al menos 27 muertos, docenas de heridos y que congregó rápidamente a autoridades gubernamentales de todos los niveles, comenzando por el Presidente de la República. Las primeras pesquisas y las denuncias de la población, aunque contradictorias en apariencia, van, en el fondo, de la mano: Pemex habla de una toma clandestina desde la que se le robaba combustible como la causante del siniestro, mientras que los lugareños acusan a la paraestatal de falta de mantenimiento.
Probablemente ambas versiones son ciertas, porque no es secreto que Pemex pierde montos incalculables de dinero por fugas, robos e ineficiencias, y no, no me refiero a la manera en que el sindicato se aprovecha de la empresa, sino a los pobres controles internos y operativos de la misma. Y quien quiera escuchar historias de horror acerca de lo que es vivir cerca de la que debería ser orgullo nacional no tiene más que visitar a cualquier población que tenga el infortunio de convivir con ella.
La segunda noticia es menos llamativa, y quizá por ello desapareció relativamente rápido de las notas principales. En ella se reseña el llamado de la Secretaría de Seguridad Pública del DF para que los automovilistas detenidos por conducir en estado de ebriedad prescindan de recurrir al amparo con tal de librarse del alcoholímetro y sus incómodas consecuencias. Estos controles, que más allá de estadísticas son un factor que disminuye accidentes fatales y crea conciencia entre los conductores, son aprovechados por abogados oportunistas que ofrecen a sus clientes -literalmente cautivos- librar el castigo que les corresponde con un supuesto amparo.
Todo mundo critica a los abogados (coyotes, les llaman a muchos de ellos), pero a mi forma de ver los verdaderamente reprobables son quienes recurren a ellos. Por una parte, caen en una trampa y pierden tiempo y dinero, pero lo más grave es que se vuelven parte de la cultura de la impunidad que azota a nuestro país en todos los aspectos de la vida.
Si dedicamos un momento a reflexionar, no hay un solo asunto de los mencionados aquí que no esté relacionado directamente con la impunidad, y no hay que ir demasiado lejos para afirmar que los principales problemas que enfrenta México, desde la ineficiencia gubernamental hasta la delincuencia rampante o el deplorable nivel educativo, que no tenga que ver con la falta total y absoluta de consecuencias judiciales, éticas, sociales.
Ese es el México que hemos construido todos nosotros, por acción o por omisión: un país en que, en pleno 2010, reina la impunidad.
(Internacionalista)
Comentarios:
Gguerra@gcya.net Twitter: @gabrielguerrac