Atacar o menospreciar a México y a los mexicanos con medidas como la ley de Arizona contra nuestros migrantes -o con aprestos en nuestras fronteras como la construcción del muro o las movilizaciones de la Guardia Nacional- pueden, como se dice, tener motivaciones electorales o presupuestales. Pero lo cierto es que ello reditúa en esos planos y en el de la opinión pública porque México se ha convertido en el mundo en sinónimo de peligro y motivo de preocupación.
Esta situación corresponde puntualmente al concepto de "pánico moral" acuñado por Stanley Cohen en 1972 y que introdujimos al debate académico y mediático mexicano en los años noventa del siglo pasado. El autor describe el proceso por el cual una condición (en el caso de la ley Arizona, la de migrante) algún o algunos episodios (de violencia o inseguridad en ese estado) o una persona o un grupo de personas (los mexicanos, que son mayoría entre quienes pasan a trabajar a esa zona) "se presentan como una amenaza a los valores e intereses sociales".
Basta ver el discurso político y mediático predominante en Arizona para establecer el fenómeno del pánico moral, por el que los sectores más influyentes del Estado "se sensibilizaron moralmente" para enfrentar los desafíos y amenazas que la presencia de grupos definidos ahora como delincuentes o desviados oponen a los "valores y estilo de vida aceptados".
Pero esta caracterización no se agota en el medio millón de migrantes que pasarán a convertirse en delincuentes durante el inminente verano, en que entrará en vigor la ley. También convertirá en sospechosos a todas aquellas personas con rasgos mexicanos, muchos de ellos de nacionalidad norteamericana por varias generaciones, que deambulen por el Estado.
Y, lo que puede ser más relevante, la ley de Arizona sólo se anota entre las primeras respuestas estatales que suelen seguir a los movimientos de opinión que construyen los pánicos morales y que generan la sensación de urgencia en la necesidad de recuperar el control que se supone perdido por las actividades de los grupos desviados.
Y es aquí donde aparece México -y no sólo los mexicanos migrantes- como el pánico moral a controlar por su capacidad -en esa percepción- de producir riesgos para otras comunidades. Y -antes de la ley de Arizona- allí estaban ya las medidas especiales que se adoptan en los cruces fronterizos de EU con nuestro país, las visas exigidas por Canadá y la presión de Washington para obtener un acceso más intenso y directo de las agencias norteamericanas de seguridad en la guerra mexicana contra las bandas criminales, como la que trajo apenas este fin de semana el ex presidente Clinton, esposo de la actual secretaria de Estados Unidos.
-ESPIRAL NEGATIVA No será fácil ni rápido salir de esta espiral de la atención pública global de signo negativo. Más bien, habría que aprovechar esa atención para tomar iniciativas de signo positivo. Pero para ello se requiere más estrategia y menos ocurrencias declarativas. Más claridad para distinguir las estrategias mediáticas de las diplomáticas y las jurídicas. Y reflejos para convertir en oportunidades retos como el de la ley de Arizona.
Por ahora, aunque cuatro días tarde, el mensaje del presidente Calderón no sólo alcanzó a ocupar de inmediato la agenda pública nacional. También tuvo amplias repercusiones positivas en los principales medios norteamericanos -NY Times, Washington Post- e incluso en el británico The Guardian. Y es que, con su advertencia de que la "ley abre la puerta a la intolerancia, el odio, la discriminación y el abuso", fue la perspectiva mediática la que prevaleció sobre los matices antimediáticos aportados por el secretario de Gobernación acerca de las dificultades jurídicas para desafiar la ley de Arizona desde México, o sobre la referencia de la SRE a la necesidad de agotar los cauces diplomáticos. Ya habrá tiempo para estos matices, que sólo introducen confusión en este momento del debate en los medios.