Las tragedias recientes que involucran a migrantes centro y sudamericanos en México han puesto en evidencia no solamente la absoluta incapacidad operativa y falta de sensibilidad humana y política de nuestras instancias migratorias, sino algo mucho más grave: el desdén con que tratamos un asunto que nos debería tocar todas las fibras jurídicas, diplomáticas y, sobre todo, humanas.
México ha sido siempre un país de migraciones, en el que los recién llegados dieron forma a lo que hoy llamamos nuestra patria. Desde los aztecas, que de ser cierta la leyenda atravesaron el estrecho de Bering y luego cruzaron lo que hoy es América del Norte -en una travesía inversa a la que hoy realizan sus descendientes, ironía de ironías-, y los españoles, que a la buena o a la mala iniciaron el mestizaje, hasta los europeos del siglo veinte que tanto enriquecieron cultura, educación y sociedad mexicanas, casi no hay rincón del mundo desde el cual no hayan llegado individuos a integrarse al complejo telar de la mexicanidad.
Esclavos africanos importados por los europeos primero, deportistas y académicos después; chinos que llegaron unos directamente y otros escapando la esclavitud simulada que soportaban en Estados Unidos y Canadá; japoneses, indios y malayos, la contribución de Asia va mucho más allá de los cafés de la calle de Dolores o los cuentos sobre la Nao de China, están ahí, en el liceo japonés, en nuestro gusto por su comida, en los rasgos de muchos de nosotros.
Cuando pensamos en la migración europea nos viene a la mente la española, por supuesto, pero las colonias francesa y alemana, con sus respetadas escuelas; la británica, que aunque menor en número nos ha dejado aprendizajes que ya quisiéramos propios, y la de los refugiados europeos que, unos huyendo de la penuria económica, otros de la persecución del fascismo y del nazismo, tanto le han dado a México en su humildad, su esfuerzo, su perseverancia y su amor por este país.
No hay recuento de nuestras inmigraciones que pueda estar completo sin la de los muchos latinoamericanos que hoy ayudan a definirnos: los que llegaron en el sueño bolivariano originario y los muchos que se acogieron a las alguna vez generosas tradiciones de asilo político y humanitario mexicanas, sin olvidar a los que después hallaron aquí refugio contra tormentas de la economía moderna y de paso oxigenaron nuestras ideas y actitudes.
Miles y miles de centroamericanos se encontraron no sólo con sus hermanos de sangre en Chiapas, sino también con una política de refugio que aunque imperfecta permitió la sobrevivencia y repatriación de miles y miles que de otra manera tal vez habrían tenido destinos más tristes. Sin olvidar en este recuento a los norteamericanos que por distintas razones viven hoy en México y que transmiten tal vez mejor que nadie a sus lugares de origen lo que en realidad acontece.
México siempre ha recibido a migrantes. Unos temporales, otros permanentes, otros sólo de paso. Algunos llegaron pensando que esta sería una escala temporal mientras podían volver a casa, para descubrir después que aquí, en México, estaba su verdadero hogar. Muchos vieron aquí un espacio en el que era posible pensar, creer y vivir en relativa libertad, no obstante los mitos y las leyendas sobre la "dictadura perfecta", que tal vez no lo era tanto que para ellos era preferible a la verdadera, y harto imperfecta, represión de sus lugares de origen.
Yo he tenido la suerte de encontrarme en la vida con muchos de ellos, les he aprendido y me he visto en su espejo: son admirables ciudadanos de nuestro país, independientemente de su situación migratoria o el pasaporte que utilicen, y creo que son mucho más mexicanos que quienes nacimos aquí: ellos escogieron, decidieron ser mexicanos. Los aquí nacidos lo somos por accidente.
Hechos como estamos por las migraciones y las mezclas, siendo además exportadores masivos de migrantes, pocas cosas deberían importarnos más que el bienestar y la seguridad de los modernos peregrinos. Es una vergüenza lo que tienen que padecer nuestros paisanos que sin papeles sobreviven en las sombras estadounidenses. Es mucho y con razón lo que eso nos indigna, pero son pocas las voces que se levantan para protestar y reclamar los abusos y vejaciones de los que tienen la mala fortuna de atravesar nuestro territorio.
Nación que olvida de dónde viene jamás sabrá hacia dónde va.
(Internacionalista)
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