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Militarización del país como placebo nacional

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Antonio Rivera

Para todo ciudadano en territorio nacional es común convivir con las fuerzas armadas, pues asimila que vive dentro de una guerra, en la cual se siente imposibilitado para participar de manera directa, depositando así su seguridad y esperanza en la Policía federal o el Ejército, sin contemplar que esto puede conllevar efectos no deseados.

La primera reacción para combatir el problema del narcotráfico por parte del gobierno de Felipe Calderón, fue inmediatamente militarizar a la nación. Desde entonces más de 28 mil muertos de manera violenta han cubierto al país de carmesí. A doscientos años de la lucha de independencia, la nación sigue inmersa en un estado beligerante donde la muerte se pasea con traje de gala.

Si bien es cierto que debe existir un organismo que vigile el cumplimiento de las normas jurídicas y que aplique un castigo a los criminales que cometen los ilícitos, la estrategia de la violencia contra la violencia sólo ha generado que ésta aumente gradualmente, como sucedió en Ciudad Juárez, donde el crimen organizado, en un explícito acto terrorista, usó un coche-bomba para atentar contra las fuerzas castrenses. O bien; los granadazos de Morelia, donde murieron personas inocentes, tan sólo porque las células del crimen querían lanzar un mensaje para presionar al gobierno, mientras este último sólo se limita a pregonar lo normal que resulta la pérdida de vidas durante la guerra, defendiendo el argumento de que es totalmente necesaria la lucha armada.

Pero no sólo en los discursos presidenciales vemos cómo se exalta a las fuerzas militares, sino también en las campañas que ciertos medios de comunicación han estado proyectando últimamente. Estos difusores de la información, al ser un poder fáctico permiten legitimar ciertos actos en la conciencia colectiva, convenciendo a la opinión pública.

La desesperación que ejerce la inseguridad y el sentimiento de impotencia en la población, provocan que el ciudadano promedio, aun siendo amante de la paz y la libertad, busque reposo en manos de las instituciones beligerantes del Estado, quienes en un acto digno del fascismo, autorizan enmiendas que socavan los derechos civiles de la población. Entonces nos hacen creer que para tener seguridad, tenemos que ser menos libres.

Por otra parte, otorgarle tanto poder al ejército, puede resultar un arma de doble filo debido a la corrupción existente, pues recordemos que el brazo armado de uno de los cárteles de la droga se integró precisamente por un grupo de militares de élite que servían al Gobierno Federal. Mencionando también que en algunas naciones, esta situación ha propiciado golpes de Estado.

Los problemas provocados por el narcotráfico no se solucionarán mediante la represión armada, pues ya estamos cansados de ver que sólo agrava la situación. Esto tiene que solucionarse de raíz y ésa está en la educación que recibimos, pero no sólo refiriéndome al aspecto académico. Desafortunadamente vivimos en una nación con un sistema económico capitalista, donde la cultura del consumo nos ha enseñado por todas partes, que valemos más según la capacidad adquisitiva que poseemos. Nos hacen creer en la fama y el estatus como una fórmula para ser protagonista activo de la sociedad. Entonces, aquellos que no pueden resistirse ante tales estímulos, encuentran satisfacción en esos efímeros espejismos y se vuelven amantes del dinero y el poder. Algunos individuos, al encontrarse con la frustración, tras darse cuenta de que no existen muchas posibilidades de obtener sus objetivos materiales excesivos y de altos costos, se enganchan sin reflexionar a la primera oportunidad que salta sobre sus pies, la cual en muchas ocasiones y debido a la coyuntura, va acompañada del crimen. Por eso no resulta difícil la corrupción a nivel gubernamental, ni el reclutamiento de ciudadanos que se integran a las filas de organizaciones delictivas.

El problema del narcotráfico y la inseguridad se debe a una serie de desaciertos políticos y económicos, que durante muchos años se han ido desarrollando plenamente como una enfermedad social, en la cual estamos completamente sumergidos. Son precisamente esos errores los que se deben solucionar; la intervención del Ejército es sólo un placebo que intenta disfrazar los síntomas más aparentes, pero que de ninguna manera curará la fuente de la infección, pues para ésa se necesita un verdadero medicamento.

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