Con el frío se me sube lo burgués: me quedo en casa y leo a Dickens. Lo único que me salva de caer en pecado de extrema burguesía es que en vez de tomar coñac bebo tequila. Tampoco, para entrar en calor, recurro a uno de esos exóticos tes que tan de moda están ahora, venidos de la India o Singapore. Me preparo una taza de yerbanís traído de Ábrego, y eso es como poner en mí el verano.
Por las noches me tapo con una cobija de lana y lana. Así se llaman las que salen de los obrajes saltilleros, capaces de calentar el Ártico. ("Lo mejor en las noches de invierno -decía el pícaro decir- es dormir con una cobija nueva arriba y una vieja abajo").
A mi edad, sin embargo, el peor de los fríos es el que va por dentro. La pesadumbre, el desamor, la soledad... Para librarme de ese frío tengo hogar. La palabra quiere decir al mismo tiempo casa, familia y fuego. Quien tiene esas tres cosas -más tequila, cobija y yerbanís- no puede sentir frío.
¡Hasta mañana!..