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MIRADOR

Valerio de Alejandría, anacoreta, murió a los 100 años de su edad. Toda la vida la pasó en una cueva del desierto. Para mostrar su amor a Dios se laceraba el cuerpo: con espinas se traspasaba los brazos y las piernas; llevaba atado a la cintura un cruel cilicio hecho de aguzadas puntas; una noche se marcó en el pecho, con un hierro al rojo vivo, el santo nombre del Señor.

Cuando llegó a la presencia del Altísimo pensó que sería admitido de inmediato en la morada celestial. Si embargo el Augusto le dijo que tendría que pasar una larga temporada en el purgatorio.

- ¿Por qué, Señor? -preguntó Valerio, desolado-. En gloria tuya derramé mi sangre.

Le respondió el Señor:

- Si otros derraman tu sangre por mi nombre, eso es martirio. Si la derramas tú, es necedad.

¡Hasta mañana!..

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