Me apena ver la forma en que mi Iglesia, la Católica, sigue acosando a las personas homosexuales.
Algún día los jerarcas tendrán que pedir perdón a esos hombres y mujeres a quienes hacen objeto de condenación. En la actitud de los dignatarios hay mucho de ignorancia, y muy poco de caridad cristiana.
La Iglesia, tan apartada de la ley divina y de lo natural por virtud del celibato obligatorio, invoca a Dios y a la naturaleza para execrar a los homosexuales. Y sin embargo, en la gran mayoría de los casos el homosexualismo es de nacimiento. No hay anormalidad en él, ni culpa, ni desviación, ni enfermedad. Tampoco existen tales notas cuando la persona, por propia voluntad, escoge esa preferencia sexual.
La ley suprema es el amor; tan es así que la Palabra dice que Dios es amor. Si todos sujetáramos a ese amor nuestras acciones y palabras habría en el mundo menos intolerancia, y comprensión mayor.
¡Hasta mañana!...