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ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

Murió ayer doña Coy en mi ciudad.

Tenía 90 años. Toda su vida la dedicó a una humildísima tarea: hacer tamales. Pero nadie los hacía tan buenos y tan sabrosos como ella. En la mesa del rico, igual que en la del pobre, los tamales de doña Coy eran un lujo.

Para poder disfrutar esos tamales debía uno estar suscrito a ellos. Cada familia tenía una fecha, y la cuidaba como se cuida la acción de un distinguido club. La de nosotros era el primero de diciembre. Llegaban ese día, puntualmente, las grandes ollas repletas de aquellas inefables maravillas que daban sabor de gloria a nuestra Navidad.

Sentí tristeza cuando supe que había muerto doña Coy. Esta sencilla mujer fue dueña de la dignidad de quien se esfuerza en hacer bien lo que le toca hacer. A su familia dejó una noble herencia: la del trabajo cumplido cabalmente. En su casa se va a seguir haciendo lo que ella hizo, y en la nuestra seguiremos guardando la memoria de esa bendita señora que recibió de Dios el don de hacer mejor la vida de su prójimo con la pequeña grandeza de un manjar humilde que en sus manos se hacía majestuoso.

¡Hasta mañana!..

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