Después de las heladas de enero tuvimos un engañoso veranillo. Salió el sol, y el duraznero y el geranio, confundidos, pensaron que había llegado ya la primavera, y sacaron sus flores a la luz para que vieran el azul del cielo.
Mentira. Aquello era mentira. Cuando apenas los pétalos se abrían vino otra vez el golpe del invierno y los mató.
Así se abre a veces el corazón a la esperanza, cuando no es tiempo de esperanza todavía. Una de las cosas que las flores y el corazón han de aprender es a esperar. Siempre llega la luz, y llega siempre el esplendor renovado de la vida.
Todo el secreto está en saber esperar. Esperar siempre.
¡Hasta mañana!..