San Virila salió de su convento muy temprano y tomó el camino de la aldea. El campo estaba lleno de flores; brillaba el sol; las muchachas lavaban sus largas cabelleras en el río. A lo lejos se oían los gritos y risas de los niños que iban a la escuela.
En eso se desprendió una enorme piedra de lo alto del monte. Iba a aplastar a una mujer que caminaba con su pequeño hijo, pero Virila hizo un movimiento de su mano y la gran roca se detuvo en el aire, y luego descendió muy lentamente hasta posarse en tierra sin hacer daño a nadie.
-¡Gracias, padre! -clamó la mujer-. ¡Qué gran milagro has hecho!
San Virila volvió la vista al valle; miró las flores, el sol y las muchachas; oyó otra vez las voces de los niños.
-El Señor hace milagros -dijo-. Yo nada más hago trucos.
¡Hasta mañana!..