La primavera quiere llegar ya, pero el invierno se resiste a irse. Ayer el día amaneció radiante. De la sierra bajaba un aire tibio, y la pequeña flor llamada amor de un rato abrió por fin sus diminutos pétalos. En la noche, sin embargo, sopló otra vez el viento frío, y cuando por la mañana salí al huerto el agua que había quedado en las acequias estaba congelada.
Yo ya no me impaciento como antes, cuando pensaba que siempre sería invierno y que la primavera nunca llegaría. No tengo las premuras del duraznero, del peral o del ciruelo. Soy dueño ahora de la paciencia del nogal, que nunca tiene prisa, y al que no engañan las apariencias de un mentiroso veranillo.
Llegará la primavera. Siempre llega, como el amor, pero a su tiempo. Yo la espero. No desespero, entonces. Sólo desespera el que no sabe esperar; el que no tiene esa forma de la sabiduría, la esperanza.
¡Hasta mañana!..