Me habría gustado conocer al hombre o la mujer que escribió esta plegaria tan sencilla:
"Señor: eres mi amigo. Cuando sientas que voy a decir un palabra necia, injusta, vanidosa, amarga o cruel, por favor, pon tu brazo encima de mi hombro y tu mano sobre mi boca".
Esa oración sirve para pedir un regalo valioso: la prudencia. El buen Padre Ripalda consideraba que la prudencia es inefable don que el Espíritu Santo da a sus elegidos.
Me habría gustado conocer al hombre o la mujer que inventaron aquella plegaria.
Sabía él -o sabía ella- que la palabra que no has dicho es tuya; pero la palabra que dijiste ya es tu dueña.
¡Hasta mañana!..