Cuando Manuel José Othón estuvo en Monterrey, don Celedonio Junco de la Vega, también poeta, lo hizo subir a la azotea de su casa y le mostró las montañas que se levantan frente a la ciudad. El potosino hizo una frase. Dijo: "Son montañas épicas".
Hay una en especial que admiro. Está en la parte llamada "La Huasteca", y parece un castillo cuyas torres asaetean las nubes. Yo paso por ahí, y me parece hallarme ante una catedral.
Recibí un regalo de Antonio López Oliver, extraordinario acuarelista que vive en la ciudad de Othón. Pintó él esa cumbre para mí sin saber que por ella he sentido siempre la veneración que lo sagrado inspira.
Extrañas intuiciones tienen los artistas. No sólo perciben la belleza: perciben también los sentimientos. Toño y yo somos amigos desde hace muchos años. Alguna misteriosa voz le dijo que ése sería el mejor regalo que me podía hacer. Por él le doy las gracias, por su calidad de gran artista y de hombre bueno, y -sobre todo- por el precioso don de su amistad.
¡Hasta mañana!..