Ana se llama. Era bonita cuando joven, y fue muy pretendida, pero ni siquiera volvió la vista cuando pasó el amor: su madre murió siendo ella muy pequeña, y tuvo que cuidar a su papá.
Se casaron sus dos hermanos, y se fueron. Ella siguió al lado de su padre. Cuando la visitaban sus sobrinos, sentía ternuras maternales. Tejía, tejía siempre, y hacía adornos para la cuna de los recién nacidos.
La vida se le fue yendo poco a poco. Murió su padre; la casa se le hizo enorme de repente, pero no la dejó: eso hubiera sido morir un poco ella también. Con mansa serenidad pasa los días ahora. Ninguna queja tiene. Recuerda mucho, y a veces, sin darse cuenta llora. A veces...
Debe por fuerza haber un Cielo, ese Cielo que el padre Ripalda prometió a quienes hacen todo bien y ningún mal. Debe haber un Cielo para Ana. De otro modo la bondad de Dios sería menor que la bondad de Ana.
¡Hasta mañana!..