Llegó a la mejor tienda de artículos musicales de la Capital y pidió que le mostraran el gran piano de concierto que se exhibía como la más preciada joya de la casa.
El dueño conocía al músico: sus obras se apreciaban bien. Había oportunidad ahí de hacer negocio. Seguramente el hombre no tenía dinero -los artistas nunca tienen-, pero podría comprometerlo a que le pagara el piano con música, y así lo tendría a su servicio durante varios años.
El músico aceptó el trato: podría llevarse el piano y pagarlo -"poco a poco", le dijo el de la tienda- con sus partituras. Se fijó el precio del piano (altísimo) y el de las partituras (muy bajo), y el convenio se firmó.
Un mes después el músico ya había pagado el piano. El comerciante, estupefacto, recibía diariamente una o dos partituras de la más alta calidad: una hermosa canción; una bellísima pieza para piano; una obra de sorprendente brillo para la guitarra...
El músico se llamaba Manuel M. Ponce.
El nombre del comerciante no lo sé.
¡Hasta mañana!..