San Virila salió de su convento muy temprano. En el camino halló a una pobre mujer que no tenía pan para sus hijos. Los pequeños lloraban; tenían hambre.
El frailecito se inclinó y tomó un poco de tierra entre sus manos. Dijo unas palabras sobre ellas, y sucedió un prodigio: de la tierra surgieron verdes plantas con espigas que dieron luego trigo. En las manos de San Virila el trigo se hizo harina, y ésta se convirtió en pan. Los niños comieron de él hasta saciarse.
Un hombre que había visto aquello le dijo a San Virila con asombro:
-¡Has hecho un milagro!
-Es cierto -respondió él-. Hice el milagro que todos los días hacen el sembrador, el molinero y la mujer que en su casa hornea el pan. Sólo que lo hice un poco más aprisa.
¡Hasta mañana!..