También cayó la lluvia en el desierto. Llovieron lluvias unánimes y clamorosas. El desierto, que no recordaba ya la lluvia, estaba sorprendido.
Ahora brilla el sol, y su fulgor hace de vidrio los hilos de agua que bajan por las quebradas de la tierra. No hay polvo ya en el aire, ni lleva el viento al último horizonte los granos de la invisible arena. El día es claro y transparente. Muy lejos está el monte, pero se ve tan cerca que ganas dan de tender la mano para posarla en él y acariciar su lomo como el de un amable perro.
Voy por el desierto. Su inmensidad me llena el alma. También ha llovido en ella, y está inundada de mañanas. Quisiera que esta luz llegara a los que sufren, les removiera los escombros de la angustia, y les dejara la infinita serenidad de los desiertos.
¡Hasta mañana!..
