Job sufría con paciencia sus penalidades.
Sentado en un estercolero miraba las llagas de su cuerpo, y ni siquiera se cuidaba de ahuyentar las moscas que revolaban sobre él. Casi desnudo, cubierto apenas con harapos, tenía sólo un pedazo de pan duro y un cuenco de agua turbia para calmar su hambre y su sed.
Y sin embargo Job no se quejaba. En silencio ponía los ojos en lo alto; sin palabras decía una oración.
El Señor tuvo piedad de él, y decidió quitarle sus padecimientos. Sanó el patriarca de sus males; se vio de pronto viviendo con holgura. Vestido con ricas telas degustaba manjares suculentos, bebía vino del mejor.
-Señor: no soy feliz en la felicidad. Me impacienta no poder mostrarle al mundo mi paciencia. Por piedad, Padre: ¡devuélveme mis sufrimientos!
¡Hasta mañana!..