Los nopales del Potrero están llenos de tunas. Las erizadas pencas muestran con orgullo su penacho de frutos rojos o amarillos.
Las tunas a mí me gustan mucho. Su exterior es fiero, pero por dentro son dulcísimas. Igual sucede con algunas mujeres.
Voy de mañana, muy temprano, a cortar tunas. Con los años he aprendido a gozar de ellas sin que me hieran sus espinas. Lo mismo, creo, he aprendido a hacer con la vida.
Pongo las tunas en un platón de barro, y son como oro y púrpura en la mesa. No tienen la aristocracia de la manzana, ni el terciopelo del durazno, ni el aroma de la ciruela oscura; pero hay en ellas un sabor único y distinto.
Muerdo una tuna, y pienso:
-Sabe a México.
¡Hasta mañana!...