En medio de la noche la puerta se abrió sola.
Me hallaba yo perdido en esa vigilia en la que el cuerpo no está dormido ni despierto, y el alma no está despierta ni dormida. Así, el ruido que la puerta hizo al abrirse fue como rasgar la oscuridad.
Me enderecé en la cama, y encendí la pequeña lámpara sobre el buró. Algo sentí en el cuarto; una presencia indefinida. Luego, ahora en silencio, la puerta se cerró otra vez.
A mí me resulta muy difícil creer en lo sobrenatural. (Más difícil a veces me resulta creer en lo natural). Pero en la casa de Ábrego suceden cosas que, si no son sobrenaturales, tampoco parecen naturales.
Nos hemos acostumbrado a ellas, y ellas también se acostumbraron ya a nosotros. Así, volví a dormir tranquilo de alma y cuerpo. Y sin embargo sentí alivio cuando, al despertar por la mañana, vi que la puerta seguía cerrada todavía.
¡Hasta mañana!...