Hay quienes consideran al deporte una especie de actividad de segundo orden, inferior a las altas tareas de la mente o el espíritu.
Yo no pienso así. Hago la pertinente aclaración de que jamás he practicado algún deporte. Fui torero por afición alguna vez, pero el toreo no es un deporte: es una religión. Juego ajedrez, pero tampoco ese juego es un juego: es más bien una locura sin final. Jugué ping pong también, pero me retiré el día que mi hijo Armando, de 13 años me venció 21 a 6.
Bien practicados, los deportes imbuyen en quienes los practican virtudes muy valiosas: disciplina, fortaleza, deseos de superación, conciencia de la labor de equipo...
Tenía razón Wellington cuando dijo que la victoria inglesa sobre Napoleón no se ganó en Waterloo, sino en los campos deportivos de Eton.
¡Hasta mañana!...