Llego al Potrero, y me dice don Abundio:
-Ya tiene usted una nueva propiedad.
-¿Cuál es? -le pregunto sorprendido.
-Se llama "El Trotecito" -me contesta el viejo-. Es lo que quedó de "La Carrera".
Hermosa huerta fue ésa, "La Carrera". Fue... Vino el ciclón; se crecieron las aguas del arroyo y se llevaron la porción más grande de las tierras. Apenas en febrero habíamos plantado ahí cien nogalitos para que nuestros nietos y sus hijos pudieran tener nueces, como las que tenemos nosotros de los nogales que plantaron ahí nuestros padres y nuestros abuelos.
Yo no me quejo, ni protesto. ¿Que "La Carrera" es ahora "El Trotecito". Bien está, aunque me parezca mal. Lo hizo quien puede. Y en el Potrero he aprendido que hay muchas cosas -casi todas- en las que el hombre no puede hacer su voluntad. Designios hay mayores que los suyos, y amorosos siempre.
Confiado en ese amor final le digo a don Abundio:
-Nos queda en "El Trotecito" algo de tierra, y esta agua durará. A vuelta de año, si Dios quiere, plantaremos otros cien nogalitos.
¡Hasta mañana!..