Al final del campo donde vivía Hu-Ssong había una honda barranca. Para llegar a la otra orilla, en la que había un prado ameno y una fuente de aguas claras, la gente debía bajar con gran trabajo la cañada, y subir luego por una pendiente muy fragosa.
Todos los días Hu-Ssong tomaba unos guijarros y los lanzaba al fondo del barranco.
-¿Por qué haces eso, maestro? -le preguntaron los discípulos.
Y respondió Hu-Ssong:
-Es mi contribución para tapar el abismo que nos separa de lo que deseamos. Si todos hacemos lo mismo; si cada uno aporta un pequeño guijarro; si nuestros hijos y nietos también lo hacen, alguna vez la barranca quedará tapada, y quienes vengan después de nosotros podrán disfrutar sin fatigas de lo que ahora nosotros debemos sufrir para gozar. Mis guijarros son insignificantes -no puedo cargar piedras grandes-, pero gracias a ellos el abismo es cada día más pequeño.
Los discípulos supieron que el maestro decía palabras de verdad, y fueron también ellos a luchar contra el abismo.
¡Hasta mañana!..