Por la ventana de la casa campesina veo la huerta arrellanada en la penumbra del amanecer. Los manzanos entregaron ya el último fruto, y sus hojas empiezan a ser de color sepia, pues se disponen a salir en el retrato del otoño.
Sobre la loma, al otro lado del arroyo, el caserío es como un barco inmóvil en el quieto horizonte de la noche. La ropa tendida se agita en el aire recién llegado, y finge los gallardetes de la nave.
Se vuelve claro el cielo. Miro los campos en reposo: cumplida la faena se echan a descansar igual que un manso perro. Termina de bañarse la mañana, y sale cuajada de rocío. En la copa del pino más alto se vierte el primer rayo de sol.
Dios imparte una indulgencia plenaria sobre el mundo. Por la ventana entra su gracia, y me abraza como una mujer llena con el amor del cielo y las palpitaciones de la tierra.
¡Hasta mañana!...