Llegó al Potrero un visitante inesperado: el frío.
En Ábrego los días otoñales son engañoso veranillo. El sol pone el paisaje en baño de María, y todo se hace tibio. Las mujeres llenan de ropa los coloridos tendederos; los hombres dejan en casa la cobija, y los niños juegan a las canicas sin que les griten sus mamás: "¡Ya métete, muchacho! ¡Te va a pegar una pulmonía cuata!".
Pero de pronto sopla un aire traicionero, de esos que no apagan una vela pero sí matan un cristiano; y entonces las labores se vacían y las cocinas se llenan. En los fogones borbollea la olla del café, o se percibe aroma a yerbanís.
Y yo doy gracias por esos días, tan fríos que lo calientan a uno. Si la temperatura baja más me elevaré con una copa del recio mezcal de la Laguna de Sánchez, capaz de convertir el Ártico en un trópico. Me sentiré en paz con el mundo. Y, cosa más difícil aún, me sentiré en paz conmigo mismo.
¡Hasta mañana!..