Jean Cusset, ateo con excepción de las veces que lee a San Juan de la Cruz, dio un nuevo sorbo a su martini, con dos aceitunas como siempre, y continuó:
-Los profesionales de la religión han inventado muchos pecados. Nada más el "Thesaurus Confessarii" del padre Busquet enumera tantos que ese libro parece la guía telefónica de Nueva York. Yo, sin embargo, creo que todos los pecados se reducen a uno sólo: la soberbia. Los demás son variaciones sobre el mismo tema. Soy envidioso y avaro porque mi soberbia me impide aceptar que haya quien tenga más que yo. Soy perezoso porque en mi soberbia no creo que deba trabajar igual que los demás. Caigo en la gula porque estoy convencido de que mi cuerpo, por mío, merece lo más y lo mejor. La ira me posee cuando pienso que alguien quiere estar por encima de mí. Y hasta la lujuria, que puede ser gratísimo pecado, es sombra de soberbia: busco a la mujer por la soberbia de la posesión, o por predominar sobre su dueño si es ajena, o por alardear luego de que vencí su resistencia o su pudor.
Dio un nuevo sorbo a su martini Jean Cusset y continuó:
-La soberbia es el más grande pecado. Y la mayor virtud es la humildad. Ella nos lleva al Cielo. Algunos predicadores gustan de imponer a sus fieles el temor de Dios. Yo digo que deben inspirarles la confianza en su infinito amor. La más bella lección que he conocido de humildad es esta súplica confiada que vi escrita en la barca de un viejo pescador" "¡Señor: tu mar es tan grande, y mi barca tan pequeña!".
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini. Con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!..