Cuando nació David, mi nieto más pequeño, quise hacerle un regalo especialísimo, y se me ocurrió algo único para él.
Pero ¿dónde encontrar ese regalo? Tan raro era que sería difícil encontrarlo. El pensamiento de esa dificultad me desvelaba.
Aletea sobre mí, sin embargo, el ángel protector de los abuelos. Fui a Querétaro, noble, hermosísima ciudad. Llegué el 20 de noviembre, y a causa del desfile no pude entrar en coche al centro. Así, hube de caminar hasta mi hotel. Por puro azar pasé por el Jardín del Arte. Había ahí una muestra de antigüedades. Entré -no puedo resistir esas tentaciones- y ¡oh milagro! sobre la mesa de uno de los anticuarios estaba el regalo que buscaba yo para mi nietecito: un silbato de cartero.
Porque he aquí que David nació el 12 de noviembre, día en que los carteros se celebran. Fue él como un carterito que nos trajo una carta de Dios. En ella el buen Padre nos dice que la vida es eterna; que en esa eternidad está David, y están sus papás, sus hermanitos, y todos los que lo queremos; al último yo, su abuelo, que tiene ya un silbato de color de plata para que lo haga sonar mañana ese cartero pequeñito que tan grande felicidad nos trajo, y tan inmenso amor.
¡Hasta mañana!...