A mí me gustan más los perros que los gatos. Tú tienes un perro. El gato te tiene a ti. El perro piensa que eres un dios, y te cuida. El gato piensa que él es un dios, y que tu obligación es cuidarlo.
Pero ¡qué bien dice el refrán! "Lo que no has de querer, en tu casa lo has de tener". He aquí que tres o cuatro gatos de diversos pelajes y colores tomaron posesión de mi cochera. En estos días de frío los veía yo buscando en la capota de mi coche el calorcillo del motor; o durmiendo sobre periódicos en un rincón. Contrariando mis firmes convicciones les compré una casa para perro. En ella duermen ahora todos esos gatos, más algunos de sus invitados.
Ya veo al Terry, mi adorado cocker, meneando desde el Cielo la cabeza en gesto de desaprobación. Pero lo peor que puede haber, amado perro mío, es que una criatura del Señor tenga frío en los días de la Navidad. Y, aunque no me lo creas, los gatos son también criaturas del Señor. Perdóname pues, Terry: yo también espero tener una casa cuando lleguen los días de mi Navidad.
¡Hasta mañana!...