San Virila salió de su convento esa mañana. El día era de los más fríos del invierno. En la aldea el frailecito vio a una niña que tiritaba, pues la cubrían sólo unos harapos. San Virila alzó la mano; un rayo de sol bajó sobre la niña, y fue con ella a todas partes llenándola con su tibieza.
Después vio San Virila a un anciano que se angustiaba porque no podía subir las gradas de la iglesia. Hizo San Virila otro ademán, y el anciano flotó en el aire hasta ocupar un sitio en la primera banca.
Cuando estuvo de vuelta en el convento los frailes le preguntaron a Virila si había hecho algún milagro.
-Ninguno -respondió él-. Todo lo que hice fue sencillo. Pero voy a hacer para ustedes el mayor milagro.
Así dijo San Virila. Luego fue a la cocna e hizo la comida.
¡Hasta mañana!..