Primero los animalitos.
Luego los pastores.
Y hasta el final los reyes.
En ese preciso orden el Niño Dios se hizo adorar.
Cada uno, si quiere dar, da lo que tiene.
Los animales dieron su calor.
Los pastores, la pobreza de sus humildes dones.
Los reyes, sus tesoros.
Pero todos dieron lo suyo, por eso todos pudieron estar al lado del Dios que se hizo hombre.
Hubo un regalo que entristeció a la Virgen: el de un cordero para sacrificar.
Mira -le dijo llena de pesadumbre a San José-. Le dan a mi Hijo lo mismo que Él les da.
¡Hasta mañana!..