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Moda con ropa artesanal

Cristina Rangel, socia de la compañía, muestra los diseños los cuales son una fusión entre lo tradicional y la alta costura. El concepto cuenta con la particularidad de incluir diseñadores indígenas  mexicanos.

Cristina Rangel, socia de la compañía, muestra los diseños los cuales son una fusión entre lo tradicional y la alta costura. El concepto cuenta con la particularidad de incluir diseñadores indígenas mexicanos.

EL UNIVERSAL

Desde la planta alta de una casona porfiriana en la colonia Roma, una diseñadora de ropa y una ingeniera industrial se preparan para intentar demostrar que se puede trabajar con artesanos mexicanos, sin convertirlos en sólo maquiladores, además de tener un buen negocio.

Carla Fernández y Cristina Rangel arrancarán en septiembre su plan de negocios que incluye abrir tiendas propias, presentar la marca Carla Fernández al mundo, comprar telas a industriales de Puebla y dar a conocer su colección Primavera 2011 en México, Europa y quizás Asia. "Queremos ser la marca de moda de México que represente al país localmente y en el extranjero", dice Fernández, iniciadora del proyecto.

No todos los días nace una casa de moda y menos una que se proponga unir las visiones indígena y mestiza con la confección moderna.

Pero tampoco es una idea inédita; Carmen Rión ha desarrollado con mujeres indígenas de Chiapas prendas que ha presentado en foros internacionales, como el Ethical Fashion Show de París, y algo similar ha hecho Cristina Pineda Covalín, cuyos diseños han llegado a los anaqueles de las tiendas de Sanborn's.

Martha Turok también se ha especializado en producción artesanal y en autogestión de proyectos, pero desde una óptica gubernamental.

Lo que no ha logrado el diseño mexicano es atraer los reflectores mundiales de la moda. México tiene una industria de la confección fuerte y hay moda comercial, pero las marcas locales no están posicionadas internacionalmente, dice Anna Fusoni, experta en moda.

Los diseñadores están atrapados en la disyuntiva entre diseñar o hacer negocio: les interesa hacer tallas chicas y de pasarela, pero quienes tienen el dinero para comprar esas prendas no las pueden usar. El enfoque comercial es equivocado, señala la experta.

 LAS DIFICULTADES Los inconvenientes para ser rentables son mayores en los proyectos que fusionan lo artesanal y lo moderno.

Nunca se ha podido hacer que los artesanos indígenas se constituyan en pequeñas empresas, tanto porque su apego a las tradiciones deriva en resistencia al cambio, como por el control de caciques y las barreras de idioma con quienes hablan un dialecto, dice Fusoni y agrega que en ello radica el mayor reto para la diseñadora Carla Fernández.

Fernández y Rangel creen haber encontrado la forma de evitar que se repita una vez más la historia.

Su modelo de negocio incluye una asociación civil para ayudar a los artesanos a darse de alta en Hacienda, integrarlos como socios y no delegarlos al papel de maquiladores y ayudarles a gestionar fondos de fundaciones -40 mujeres bordadoras otomíes de Hidalgo ya recibió un donativo de Fundamex, una organización de ayuda que promueve vínculos entre Guatemala y México.

A sus proveedores actuales- reboceros de Tenancingo, Estado de México, y una cooperativa de charros de la Ciudad de México,- buscan sumar un grupo de mujeres de Chiapas.

"Ayudamos (a los artesanos) a que se vuelvan proveedores formales, para nosotros y para quien sea, y a la vez somos vía de salida para sus productos", dice Rangel, socia de Fernández y quien se ocupa de aspectos operativos y administrativos. El objetivo es que funcionen como unidades de negocios viables, agrega, y se diversifiquen en nuevas actividades, como el diseño de interiores, para que no dependan del saturado mercado artesanal que existe en el país.

Fernández es hija de un ex funcionario del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), quien la puso en contacto desde muy joven con comunidades indígenas y su trabajo artesanal.

Después de trabajar en una escuela de diseño itinerante del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), Fernández fundó Taller Flora, una mini factoría móvil que alternaba el trabajo en los pueblos y la Ciudad de México.

 EL MOTOR El corazón del proyecto es la confianza en las bondades de la industria creativa. Si en Inglaterra esta industria contribuye con 9% del PIB, por qué no va a funcionar en México, que tiene los mejores artesanos del mundo, dice Fernández.

México es una potencia cultural, en innovación y diversidad, pero se tiene que entender que a China no se le compite con precios bajos sino con innovación, afirma Fernández.

Sus prendas se venden en boutiques multimarca en la Ciudad de México, en pop up shop (concepto de exhibición temporal que busca sorprender al consumidor con el rediseño de restaurantes, bares y tiendas o el montaje sorpresivo de escenarios en espacios urbanos como plazas y explanadas), cockteles en Monterrey y eventos de fin de semana en distintas ciudades.

La ropa de Taller Flora artesanal casi en un 100%, también se consigue en Los Ángeles y Japón y en la sede de la firma en la colonia Roma, a la que asisten clientas locales y extranjeros.

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