"Acepté esta suerte de autobiografía con el mezquino fin de hacerme ver como una mezcla de Albert Camus y Ringo Starr."
Carlos Monsiváis,
Autobiografía
CIUDAD DEL CABO, SUDÁFRICA.- Carlos Monsiváis me pidió en varias ocasiones llevarlo al Mama Rumba, ese antro de salsa cubana que ha sido un referente de la vida nocturna en la colonia Roma capitalina. Un día, después de grabar un programa de "La Entrevista", le di una fecha, un jueves, que los dos cumplimos. Pasé por él como a las 10 de la noche y nos dirigimos al Mama Rumba.
Monsi era un divertido observador de la vida nocturna, pero no un participante. No bebía ni bailaba. Durante varias horas estuvimos sentados en una mesa conversando, mientras yo bailaba algunas piezas y él aceptaba la fila de admiradores que se acercaban para pedirle una foto o un autógrafo.
En algún momento de la noche, y sin que viniera a cuento, me dijo que era su cumpleaños. Yo me sorprendí. Le pregunté que por qué había decidido utilizar la noche de su cumpleaños para ir, con un simple conocido, a un antro que ni siquiera sabía si le iba a gustar. El me dijo: "No tenía nada mejor que hacer."
Festejamos su cumpleaños como pudimos. A eso de las dos de la mañana me dijo que estaba cansado y lo llevé a su casa en la colonia Portales. Nos despedimos con afecto, pero nunca repetimos la experiencia.
Monsiváis era siempre sorprendente. Desde muy joven se negó a quedar enmarcado en los lugares comunes ya establecidos. Le gustaba construir su propio personaje, como en un momento lo hizo Óscar Wilde o como lo hizo también Salvador Novo, de quien Monsiváis publicó una memorable biografía en el 2000.
Extravagante y brillante, Monsiváis fue el personaje más característico de la cultura mexicana en los últimos 50 años. No había tema cultural que no estuviera dispuesto a tratar, ni conferencia o programa de televisión que pudiera prescindir de su figura, ni desplegado progresista en que no apareciera como abajo-firmante.
Sus ideas fueron siempre claras: izquierdista en lo económico, liberal en lo social y lo moral. Su cuestionamiento a los "usos y costumbres" sorprendió a muchos que seguían más ciegamente las reglas de la ortodoxia progre mexicana. No le interesó entrar a las grandes disputas intelectuales de la época. Escribió por igual en Vuelta y en Nexos, en El Universal, en Proceso y en La Jornada. Fue cercano tanto a Octavio Paz como a los escritores de izquierda que cuestionaban a Paz.
Su amor por el cine, al que consideraba un espejo de la psique nacional, es legendario. Junto a Emilio García Riera y el grupo Nuevo Cine permitió una revaloración crítica de la cinematografía nacional. Su Pedro Infante: las leyes del querer (2008) es y será una obra imprescindible. La última vez que lo vi fue en 2009, en una divertida presentación en el Lunario sobre sus 10 escenas favoritas del cine mexicano con interpretaciones musicales de Eugenia Léon.
El sentido del humor de Monsiváis era legendario. Una tarde con él, en corto o en un escenario, era ocasión para reír sin límites. Su característica más importante, sin embargo, era su generosidad: esa que le permitía recibir, pese a su compleja agenda, a muchachos desconocidos que le llevaban textos y crónicas en busca de publicación, o esa que le permitía dedicarle una noche de cumpleaños a un simple conocido para ir a un antro a pesar de que no le gustaba ni beber ni bailar.
Dicen que las muertes nunca vienen solas. Quizá sea inevitable que un día antes de haber perdido a Monsiváis se haya ido también José Saramago. Con un estilo austero pero innovador, el escritor portugués nos dio obras hermosas de profunda reflexión como Ensayo sobre la ceguera y Ensayo sobre la lucidez. Pero ni siquiera en su muerte ha olvidado la Iglesia Católica sus rencillas con el autor de El Evangelio según Jesucristo, en el que Jesús hace el amor con María Magdalena. L'Osservatore romano lo calificó ayer de "populista extremista" y de "ideólogo antirreligioso".
Www.sergiosarmiento.com
