El arte contemporáneo es pujante en tanto que se apoya en un mercado internacional que encumbra y desaparece creadores a una velocidad vertiginosa, en una búsqueda constante de vigencia.
El Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MuAC) es el espacio público para la difusión de las artes más importante que se ha erigido en México en los últimos 30 años. Su compleja misión, inmersa en la innovación y la crítica, es promover los múltiples lenguajes del arte actual. Su edificio sede y especialmente la propuesta que lo impulsa, lo convierten en uno de los puntos obligados de visita en el recorrido cultural de la capital mexicana.
En el Centro Cultural Universitario, ubicado al sur del Distrito Federal, se abren paso varios lugares clave como la sala de conciertos Nezahualcóyotl y el espectacular Espacio Escultórico, todo en la vecindad del Estadio Olímpico y el edificio de rectoría. Estamos hablando de la UNAM, una ciudad dentro de la Ciudad de México, cuyo último agregado es el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MuAC) que desde 2008 se ha posicionado como la sede más notoria para el arte actual.
Un museo responde a las expectativas y al espíritu del organismo que le respalda, de tal modo que encontraremos profundas diferencias entre un esfuerzo gubernamental y uno privado. En el caso de la UNAM obtenemos un planteamiento que por el lado del espectador trasciende la observación pasiva y por el de la institución, su papel como mero almacén de obras de arte. Si a esto sumamos que en los últimos 50 años se han generado innumerables propuestas artísticas con los materiales más disímbolos, entonces tenemos un tarea compleja que exige soluciones radicales.
En ese sentido el MuAC amplía el espectro de interpretación del arte, ubicándolo como una experiencia de participación y análisis. Tal camino no está exento de riesgos; estamos frente a un proyecto millonario que apuesta por vertientes del arte tejidas con una serie de códigos descifrables únicamente por un segmento del público bien informado en este rubro. Ahí se plantea el reto de tender puentes entre la audiencia y la obra.
Alrededor del nuevo recinto se han trenzado expectativas y críticas, en un debate en torno a las artes y todos los resortes que definen el papel de un museo hoy en día, discusión generada en sus salas, donde los creadores tienen una completa libertad, el espectador es puesto a prueba y las opiniones fluyen cimentando, en suma, el prestigio de un lugar que arriesga y confronta.
LOS ENGRANAJES
El inmueble del MuAC es en sí mismo una obra majestuosa, concebida por el arquitecto Teodoro González de León: una estructura de imponentes ventanales que permite que las salas se iluminen con luz natural. La construcción, que rondó los 250 millones de dólares, fue definida por su autor como un “territorio dinámico y flexible”. Se trata de una estructura de dos plantas, con 14 mil metros de superficie. En el primer piso se ubican, sin jerarquizar, las áreas de exhibición, el auditorio y la tienda, patios y terrazas. Debajo se encuentran el centro de documentación y un espléndido café.
El diseño del MuAC se finca en flujos donde todas las partes coexisten: el curador que da sentido a los planteamientos artísticos, el propio artista que experimenta, el lugar como perímetro creador de lecturas y por supuesto el espectador como participante de este proceso. Así, al entrar cada visitante se encuentra en medio de una distribución que no le dicta a dónde ir, lo cual en la perspectiva de quien se acerca por primera vez al arte de nuestros días, predispone a una actitud más participativa.
El MuAC se propone a “generar conocimiento y desarrollar un sentido de valoración y disfrute estético del arte contemporáneo” y su actividad se extiende a la investigación y la colaboración interdisciplinaria que gira en torno a tres planos: la colección, el programa de exposiciones temporales y el ya citado centro de documentación, bautizado como Arkheia -ideado por Oliver Debroise-, dotado de una biblioteca especializada con fondos y archivos que se ponen a la disposición de los investigadores, originando un soporte sólido para labores de divulgación y curaduría. Si el arte del último medio siglo ha sido definido más por las ideas que los materiales, Arkheia resulta un punto necesario para dar coherencia a los múltiples discursos artísticos que el museo ofrece a sus visitantes.
En el aspecto educativo, el ágora del MuAC ofrece un territorio de convivencia y aprendizaje. Ahí mismo, un área importante es la de experimentación sonora, que brinda un marco para la presentación de las propuestas que exploran el sonido como motivo central.
El acervo reúne piezas significativas de las diversas corrientes artísticas surgidas a partir de 1952, y se complementa con un programa de comodato con el Grupo Corpus y la colección Charpenel-Guadalajara. Finalmente, los ciclos para las exposiciones se articulan en torno a temas de reflexión sobre “fenómenos y problemáticas de la vida contemporánea”, es decir sintonizando la visión del museo con la agenda de debate a nivel global y regional.
En suma, hablamos de un oasis de búsqueda y descubrimiento. Si en la esencia misma de la vanguardia está el acto de romper esquemas, quien visite el MuAC esperando los signos y certezas de un recinto museístico común se sentirá tal vez desorientado, ya que no es un sitio para observar reverentemente, con las manos a la espalda. Por eso no resulta descabellada la definición que la propia dirección de la institución ha dado a su espacio: un ‘post-museo’.
RENOVACIÓN Y VOCES CRÍTICAS
Graciela de la Torre, Directora General de Artes Visuales de la UNAM, se ha referido al MuAC como “un nodo de entrecruce entre los múltiples procesos posibles en la construcción de conocimiento”. Dicho de otro modo, un circuito activo que trasciende la función tradicionalmente asociada a los museos como ‘almacenes de tesoros’ y entra en diálogo con la sociedad, mediante proyectos educativos y de divulgación acordes al espíritu innovador de la máxima casa de estudios.
Pero la crítica también tiene aquí cabida y voz. Quien acude al MuAC no puede sustraerse de la belleza del inmueble, las pantallas de plasma que adornan la recepción o la tienda que reúne lo último en tendencias de diseño. En opinión de algunos, esos aspectos despiertan el aroma de una poderosa forma del comercio que se sirve del arte para marcar rutas de pensamiento y generar consumo de productos, desgastando los lineamientos artísticos hasta convertirlos en simples tendencias pasajeras.
En ese contexto, la prestigiosa crítica Blanca González señala con desaprobación la descomunal inversión en la edificación del local y su enfoque sesgado a la adoración de lo coetáneo, reducido -a pesar de las buenas intenciones- a una interacción superficial con las piezas. La también especialista Avelina Lésper cuestiona la perspectiva curatorial desde su blog y habla de el gran régimen totalitario que agoniza y que insiste en aferrarse a base de discursos que encubren a la realidad.
La discusión es feroz y se mueve en todos los niveles, desde el análisis institucional o la revisión de los fundamentos del museo, hasta el mero golpeteo de favoritos, desdeñados, admiradores e inconformes. Frente a tal entorno, el MuAC se ve en la necesidad de abrirse a la crítica y ser fiel a su programa de trabajo, esperando que el tiempo lo apuntale ante la opinión pública.
El arte contemporáneo es pujante en tanto que se apoya en un mercado internacional que encumbra y desaparece creadores a una velocidad vertiginosa, en una búsqueda constante de vigencia. Radica ahí una trampa de la cual el MuAC todavía no logra sustraerse del todo: la del arte como espectáculo de moda. Pero si se limita a validar proyectos artísticos basados en tendencias efímeras e intereses comerciales (a un costo altísimo), o si se afianza como un lugar de reflexión, un vínculo de intercambio y generación de ideas que incida en el crecimiento de los artistas y la capacidad para el debate de parte del público, es algo todavía en gestación. Por ahora, es una apuesta de la UNAM que a tambor batiente reclama un sitio de privilegio para el arte moderno. Y esta acción por sí misma ya es polémica.
Si el arte actual parte de la noción de sacar al espectador de su sector de confort lo pertinente entonces es ir al MuAC y encontrar una postura personal frente a lo que la Anna Maria Guasch, crítica de arte, define como la “desmaterialización de la obra de arte” y los espacios que, como éste, sacralizan el devenir en busca de nuevos esquemas de interpretación. Si dichos esquemas llegan o no, es labor del público averiguarlo y opinar en consecuencia.
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