N Uestra historia patria, normalmente exalta las figuras de hombres como Hidalgo, Morelos o Allende, y los coloca como los grandes luchadores por la libertad.
Sin quitarles méritos a esas egregias figuras, existieron otras que, a su modo, contribuyeron al triunfo de la independencia, pero no son tan conocidas como las figuras masculinas.
A algunas de ellas quiero referirme en esta ocasión, porque considero necesario hacerles un pequeño, pero merecido, homenaje por su talento y esfuerzo por hacer de esta patria nuestra una nación independiente.
Los nombres de ellas quizá resulten desconocidos para muchos, por eso trataré de narrar brevemente sus hazañas que constituyen la razón del porqué forman parte de la historia.
Son mujeres que merecen un lugar en esa gesta heroica, pues al lado de doña Josefa Ortiz de Domínguez o Leona Vicario, son también verdaderas heroínas de la independencia.
Tomaremos sólo unos casos, pues el espacio no nos permite ahondar en otras figuras; las más significativas a mi juicio son las que reseñaremos aquí, como ejemplo de la valentía y determinación que caracteriza a la mujer mexicana.
Muchas son las mujeres mexicanas que sufrieron el flagelo de la guerra y que incluso, perdieron la vida, al ser fusiladas sin siquiera respetar un mínimo de garantías, como es el justo juicio.
Nombres como el de: Mariana Anaya, Petra Arellano, Francisca Torres, Antonia Ochoa, María Dolores Basurto y su hija Margarita, Carmen Camacho, María de Jesús Iturbide, María Antonia García, Gertrudis Jiménez, María Andrea, Juana Villaseñor, Josefa Sixtos o Antonia Piña, quedaron inscritos en el libro de la historia, aunque los de texto no los registren así.
Luisa Martínez fue esposa de un guerrillero apodado "El Jaranero". Ella combatió muchas veces al lado de su marido hasta que en Erongarícuaro, Michoacán, perdieron una batalla y junto a los hombres fue hecha prisionera. A todos los fusilaron en el cementerio del pueblo. Cuando le tocó su turno, a Luisa, ella gritó con todas sus fuerzas: "Como mexicana tengo el derecho de defender a mi patria".
Altagracia Mercado, mejor conocida como la "Heroína de Huichapan", Hidalgo, de su propio dinero armó un pequeño ejército en cuanto tuvo noticias de que el movimiento independentista había estallado. Desgraciadamente en un combate, murieron todos sus correligionarios y cuando se dio cuenta sólo ella quedaba en pie. Sin demostrar temor, al contrario con la valentía que la caracterizaba, siguió peleando hasta que la capturó el enemigo. Su valor causó mucha admiración a los jefes españoles y como la costumbre era no tomar prisioneros sino fusilarlos, un coronel que los comandaba ordenó que la dejaran en libertad y cuando lo hizo dijo: "Mujeres como ella no deben morir".
María Soto la Marina: esta mujer estaba entre las tropas del general Francisco Javier Mina. Los españoles se había apoderado de un río y las tropas insurgentes no podía romper el cerco para llegar hasta el agua. Al darse cuenta de que las tropas desfallecían de sed, la valiente mujer, salió de la retaguardia y tomó dos cántaros; y sin importarle las balas enemigas comenzó a traerles agua a los soldados de Mina.
Pero, de entre todos estos personajes, a mí el que más me agrada es el de María Ignacia Rodríguez, mujer hermosa y desenfadada que escribió historias de muy diverso tipo, pues protagonizó desde escándalos mayúsculos en su época, hasta episodios picarescos. Era ella una mujer decidida y liberal, que llegó a fascinar a hombres tan destacados como: El barón de Humboldt, Simón Bolívar e Iturbide.
La Güera usaba sus encantos, pues fue una mujer hermosísima, lo mismo para conseguir dinero a fin de apoyar a la insurgencia, que para pasar mensajes a los insurrectos, pues se desenvolvía en los círculos más exclusivos de México y tenía por tanto acceso a información privilegiada; todo eso sin contar las confidencias de alcoba que, con seguridad, les arrancaba a sus enamorados.
En un momento de su vida, fue llevada ante el tribunal de la inquisición. Y se cuenta que cuando llegó a la sala donde se encontraban los obispos que la iban a interrogar, entró con garbo y donaire y como no le ofrecieron sentarse, ella lo hizo con desparpajo y coquetería, se arregló los pliegues de la falda y con delicadeza se compuso sus bucles rubios; y así, mirándolos con inocencia y sensualidad les preguntó que para qué la necesitaban. Por menos que eso, se dice, que hombres más recios y fuertes se encogían ante los obispos, pues eran ellos hombres vestidos de morado, con bonetes altos y miradas torvas, siniestras e inquisitivas; y se encontraban en una sala oscura, de la que se sabía que el que entraba, no salía.
Ella juguetonamente los saludó y cuando leyeron sus supuestos crímenes, con su acostumbrado desparpajo, les dijo a cada uno de ellos sus secretos más íntimos y mejor guardados. Quiénes eran sus amantes y dónde se veían con ellas e incluso a uno de ellos le reclamó que la cortejara apasionadamente.
Así como entró, salió con dignidad y orgullo. Y se cuenta que después de aquel día, el santo oficio jamás volvió a molestarla.
La Güera conocía el poder que dan las sábanas y lo ejerció a plenitud, pero en provecho de la independencia. Su nombre y su figura han sido motivo de estudio por insignes literatos, entre los que se cuenta el ilustre coahuilense don Artemio de Valle Arizpe, quien la describe así:
"En la pila bautismal le pusieron por nombre este calendario: María Ignacia, Javiera, Rafaela, Agustina, Feliciana. En buena consonancia con tal retahíla eran sus apellidos: Rodríguez de Velasco, Ossorio, Barba, Jiménez, Bello de Pereyra, Fernández de Córdoba, Salas, Solano y Garfias.
"Por donde iba doña María Ignacia alzaba incitaciones, pues no era posible de ninguna manera que pasase inadvertida para nadie su muy gentil presencia, así fuese en la iglesia como en el paseo; por más aglomeración de gente que hubiera, ella sobresalía. Entre millares se diferenciaba. Echábase de ver y descubría. Era dechado de toda beldad, pues su belleza tenía excelencia, no como quiera, sino absoluta. Era telenda la Güera Rodríguez, es decir, viva, airosa, gallarda".
"Llevaba todo el rostro siempre lleno de sonrisas y siempre, también, andaba compuesta como una novia, con refulgencias de joyas y rumorosa de seda, la más fina".
"Fue doña María Ignacia Rodríguez de Velasco, más conocida por la Güera Rodríguez, muy hermosa, de deslumbrante presencia. Mostró una humanidad virtuosa y pecadora, espiritual y carnal, apasionada y arrepentida, pero, en todo caso, lo suficientemente caracterizada para dejar una huella profunda en el tiempo y mantener latente, como viva, su personalidad. Vivió su vida, como dice el tópico moderno. Murió "de dolencia natural y muerte pacífica y sosegada, vio cosas adversas y contrarias, pero fue bienaventurada porque nunca sintió adversidad de la fortuna".
Así fue la famosísima Güera y así también fueron las otras heroínas de la independencia, aunque a algunos no les agrade saber de sus hazañas, porque es el nuestro un pueblo de misóginos.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".